La malentendida cultura del regateo

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Es una práctica que se ha llevado a cabo por muchos años. Implica una forma de negociar, en donde un comprador o el responsable de administrar los recursos económicos de una institución, organización o dependencia, buscan pagar lo menos posible por un producto, bien o servicio que les es ofrecido; la idea es que se dé un ganar-ganar entre los implicados. Obviamente, como todos sabemos, no se puede regatear por cualquier producto o en cualquier lugar.
Ya todos hemos escuchado, o incluso dicho alguna vez. Lo injusto que puede llegar a ser esta práctica. En algunos lugares forma parte de la propia cultura: recuerdo que una vez estando en Antigua Guatemala un conocido me indicó que, como parte del acto de compra-venta, regatear era un paso necesario, concebido por ambas partes. En México también es común, sin embargo, pone de relieve una cuestión de clase y lo banal y superficial que podemos ser los seres humanos.
¿A quién le regateamos?, por lo regular a los tianguistas, a los artesanos, a alguien con un oficio y a algunos profesionales, a los campesinos, a la gente que elabora a mano diferentes objetos y productos, personas, muchas de ellas, cuyo margen de ganancia es poca comparada con el tiempo, el esfuerzo y/o el dinero invertido, llegando incluso a terminar vendiendo un producto sin nada de ganancia, para salir tablas al menos como dicen, o por debajo de su costo cuando ya buscan recuperar aunque sea algo. Otros más, como la canción de el Jibarito nos cuenta, se quedarán con sus mercancías sin haber conseguido venta alguna, sin prestar algún servicio y sin un peso en la bolsa lamentablemente.
Sin embargo, somos capaces de pagar cantidades poco sensatas e irracionales por productos para ganar estatus, por dar una “mejor” imagen y apariencia, o por ganar popularidad y reconocimiento, entre algunas otras razones superficiales. Así, encontramos a personas que, sin regatear, son capaces de pagar más de 15 mil pesos por un celular o 10 veces más el costo real de un vestido o una vasija, comprada en una plaza comercial o tienda departamental, que un artesano nos hubiera vendido a un precio menor, justo y, sobre todo, razonable. Aquí las clases de Marx y la noción de plusvalía toman sentido y entendemos que respondemos, en ocasiones, a necesidades vanas creadas socialmente y que, en ocasiones, no pensamos en las necesidades y el esfuerzo de los otros.
Implícitamente hay en el regateo, por lo regular, una desvalorización de lo que se nos ofrece. Esto es algo que los maestros tenemos claro; cada año tenemos que negociar-regatear cuánto nos pueden pagar o incrementar por el servicio que ofrecemos o, incluso, al menos en media superior en el Estado de México, sobre los promedios y el porcentaje de aprobación que se debe tener al fin de semestre, independientemente del rendimiento escolar de los alumnos.
El regateo es una buena práctica, nada más falta que seamos justos y parejos con todos y con todo al momento de aplicarla ¿no?

*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar