La lectura en la primera infancia

 en Alma Dzib Goodin

Alma Dzib-Goodin*

La visión tradicional de los aprendizajes escolares sostuvo, por mucho tiempo, que la lectura debía ser parte de la educación inicial y que debía adquirirse a partir de los 6 años. Por años se sostuvo un debate que se centraba en la pregunta de cuál era la mejor edad para iniciar el proceso de lectura.
Desde el punto de vista de la neurociencia, desde mucho antes, se habían emitido recomendaciones de que se iniciara la alfabetización cultural mucho antes. Diversos autores han apuntado que la respuesta está en el funcionamiento cerebral, sin embargo, las razones por las que es posible iniciar los procesos de aprendizaje, tienen más que ver con la lentitud que estos procesos se aprenden.
Siendo que la lectura no está programada a nivel cerebral, como es el caso del lenguaje, es necesario que los procesos se inicien muy lentamente, mucho antes de abrir un libro, pues depende del modelamiento sociocultural y del desarrollo del idioma materno, lo que impulse y de paso de modo natural a la adquisición del signo como medio de expresión.
Todo comienza antes de nacer. Alrededor de la semana 16 del embarazo, los bebés comienzan a afinar las redes auditivas. Será importante determinar cuando se escucha un ruido, música o el lenguaje, pues las tres vías son distintas, así que es muy necesario que el bebé escuche el lenguaje materno, pues la lectura compartirá primordialmente está ruta, y una vez que el bebé nazca, cuando esté listo para enfrentar la luz y enfocar sus ojos, será capaz, varios meses más tarde, de relacionar sonido con símbolo.
Para ello tendrá primero que entender la importancia de la lengua en su entorno sociocultural. Entre más retroalimentación se haga por parte de los padres o cuidadores, mayores ventajas lingüísticas desarrollará. Sin embargo, vale la pena detenerse en este punto. El desarrollo de la lengua no es sólo la emisión de palabras, pues implica la discriminación prosódica que está íntimamente relacionada con la comprensión de emociones, que son claves sociales importantes, así como del reconocimiento de la cara y el cuerpo como medios de expresión. No basta solo con decir que se está contento, el cuerpo se ajusta a nivel músculo esquelético para ¨hablar¨ fuerte y claro para decir que se está contento.
Se ha reconocido que otras especies identifican estas claves corporales y se vuelven importantes al momento de socializar y, siendo que el lenguaje es una necesidad social entre las especies, los humanos heredamos esta habilidad de fijarnos en los gestos para determinar el entorno emocional. Si fallamos en la identificación, se pierde mucho del contexto del lenguaje.
Es así como se requieren al menos tres claves para asegurarnos de que estamos hablando de algo específico, incluyendo el doble sentido. Por un lado, se requiere la lectura del cuerpo, misma que se pierde cuando sólo escuchamos, como cuando se habla por teléfono o se escucha sólo la voz. Estudios sobre comprensión de mensajes muestran, por un lado, que es más sencillo llegar a un malentendido a través del teléfono, y que a nivel cerebral se encuentran activas las áreas de reconocimiento facial, aún si no se está observando un rostro.
Además, se requiere de la prosodia, que nos dice el tono emocional con que se emite el mensaje, sin ésta el mensaje es incompleto. Es fácil comprobarlo pues a veces no entendemos lo que nos dicen, pero somos capaces de reconocer si se está diciendo algo con alegría o con enojo, o bien si se está haciendo una pregunta. Es común vivirlo cuando escuchamos un idioma extranjero y no entendemos cada una de las palabras. Así que cuando el bebé canturrea en sus primeras semanas de vida, los cuidadores le responden con una melodía específica que más tarde identificará como la clave prosódica.
El tercer elemento será, sin lugar a dudas, el diccionario cultural al que el bebé se ha de enfrentar. Algunos compilarán un diccionario mayor, mientras que otros contarán sólo con algunas palabras. De ahí la importancia de la lectura para ampliar los elementos del vocabulario personal.
Así que a las pocas semanas, el bebé comienza a ver la cara de los cuidadores, escuchando ese tono dulce con que la mayoría de los humanos hablan a los bebés, que es un aspecto importante del cuidado de las crías, y escuchará palabras, las cuales en primer lugar deberá diferenciar del ruido y de la música, aunque está última es una característica importante, pues la prosodia usa la misma ruta cortical que el canto y que la música, pues la música comparte la ruta del lenguaje. Recuerden, no hay una ruta ni para la lectura, la escritura o la música, pues son inventos culturales relativamente recientes en la historia de la humanidad.
Unas semanas más tarde, el bebé identificará palabras con dibujos o con objetos, ese será el primer gran paso para leer, pues si es capaz de identificar rasgos específicos de objetos o dibujos, será capaz de diferenciar los rasgos específicos de las letras que más adelante llenarán sus libros.
El leer a edad temprana no afecta el cerebro del bebé, cualquier actividad lo beneficia y lo moldea, pues el cerebro no es una cosa acabada, todo el tiempo se modifica, no sólo a nivel de cableado neuronal, sino a nivel epigenético, prueba de que el cerebro no es una conquista humana, es un simple bosquejo de la naturaleza buscando la mejor forma de adaptarse al medio con fines de pervivencia de la especie.

*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. alma@almadzib.com

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