La intimidad del aprendizaje

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Aprender es un acto íntimo. Nadie puede aprender por otro. De ahí la importancia de no olvidar la enorme capacidad, digamos “instalada”, del cuerpo humano para aprender. Digo cuerpo y no cuerpo y mente pues la ciencia neurológica cada día confirma la necesidad de no separar la mente del cuerpo. Esa capacidad se despierta y opera con estímulos del mundo de vida en el cuál habita cada uno de los seres humanos. Mundos similares producen aprendizajes similares en muchas ocasiones y en otras, aprendizajes diversos a pesar de la similitud de lo vivido. Un estudiante aprende el valor de la física para entender, dominar y producir movimientos. Y con la misma lección otro estudiante puede comprender el movimiento del cuerpo humano, de su propio cuerpo.
La diversidad de aprendizajes ante estímulos del mundo de vida similar crece conforme se vuelven más y más complejos esos estímulos y también en la medida de la mayor capacidad para explorar, preguntar, curiosear y conversar, de los aprendices humanos. Con todo, el incremento de estímulos y complejidades del aprendiz, el aprender sigue siendo un acto íntimo, compartible, conversable, verificable y desde luego expandible y corregible.
Un estímulo clave es la curiosidad. Es clave pues implica un deseo, una duda, un interés del aprendiz por saber, manifestado en preguntas ¿qué es? ¿Cómo funciona? ¿Por qué funciona? ¿Se puede tocar, manipular? ¿Está vivo? ¿De dónde vino? ¿Alguien lo elaboró o es natural? Esa curiosidad es clave porque se traduce en preguntas con las cuales se muestra cuál es el interés concreto del aprendiz, lo cual es puerta para develar todos los constitutivos de la curiosidad ante la “cosa” o “cuestión” por aprender.
Es decir, la curiosidad con la cual se inicia el proceso puede convertirse en satisfacción al encontrar un porqué que resuelve una duda. O convertirse en una explicación de alguna situación vivida con cierta incomodidad. Esto el estímulo produjo en el aprendiz un aprendizaje. Y ahora el maestro puede verificar si esta apropiado por el aprendiz, al averiguar si lo aprendido puede aplicarlo a otra situación diferente, resoluble con ese aprendizaje. Y por tanto, aquel acto íntimo, con el cual se aprende, puede ser valorado y evaluado.
Howard Gardner en su obra “la mente escolarizada” pone en evidencia dos hechos. Ante una situación–problema, el ser humano no escolarizado intenta resolverla con base en examinar los hechos y las herramientas disponibles en un momento dado. El ser humano escolarizado ante la misma situación puede resolverla con base en la aplicación de sus conocimientos aprendidos y apropiados, siempre y cuando pueda problematizar esa situación, es decir identificar el problema y no sólo la situación como lo hace la persona no escolarizada. Por eso si ha identificado el problema aplicará las herramientas indicadas a partir de dominar el por qué tales herramientas pueden aplicarse a resolver la dificultad.
El ser humano no escolarizado resuelve a partir de su práctica, aunque no sepa porqué. El escolarizado resuelve porque sabe cómo, aunque no tenga práctica. Por eso la escuela es un medio para aprender y también la práctica es otro medio para aprender. Lo que une a ambos medios es la situación – problema. Así la cuestión es organizar la escuela para que los aprendices se enfrenten a situaciones problemáticas capaces de desafiar su intimidad.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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