La incertidumbre cotidiana

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Una imagen que me impactó en mi infancia ilustraba una nota acerca de los enfrentamientos en Johannesburgo. Un montón de cadáveres sobre las calles mostraban parte de los estragos por los enfrentamientos causados por la oposición al Apartheid. Destacaba el cadáver de un hombre impecablemente vestido. Con camisa clara, pantalones bien planchados, zapatos todavía brillosos. Desde entonces me pregunto acerca del sentido que tuvieron, para ese hombre, sus preparativos antes de salir de casa, con un proyecto de día y de vida, que acabaron truncados drásticamente a consecuencia de una política separatista a la que, nunca lo sabremos, se opuso activamente, o de la que fue víctima camino al trabajo sin siquiera pensar en las implicaciones que tendría el Apartheid para él y para muchos otros a pocos minutos u pocas horas de su arreglo matinal.
La incertidumbre sigue siendo un elemento constante en la vida de los humanos. No sabemos si en un determinado momento tendremos un infarto, se nos reventará una vena, se inundará el lugar donde vivimos, habrá un terremoto, nos caeremos de un edificio. Desafortunadamente, a esa incertidumbre los humanos han sido tan ingeniosos para añadir posibilidades como la de que nos atropelle algún conductor imprudente, nos mate una bala, nos desaparezcan por razones baladíes. Es triste saber que en nuestra ciudad, nuestro estado y nuestro país sucedan esas cosas y que, además, sucedan con una mayor frecuencia de lo que se dan en otras partes de la geografía de este planeta.
No sabemos, como docentes, si llegaremos a tiempo (o si llegaremos, simplemente) a nuestras actividades y es triste que muchos de los estudiantes, de cualquier edad, no puedan tener la certidumbre de avanzar en sus proyectos personales y académicos a causa de una violencia cotidiana que vuelve inciertas las consecuencias de muchos de sus actos. No saben si podrán llegar a la escuela cada día, si podrán terminar el curso, si habrá recursos para que puedan dedicar más tiempo a estudiar. A veces no sabemos siquiera si la escuela estará abierta o si la ciudad será transitable. A veces la única garantía es que nos toparemos con caos en nuestros intentos de articular proyectos que contemplen etapas, logros, metas.
Esa incertidumbre se ha convertido en parte de la vida de nosotros y de las personas cercanas a nosotros. Si no llega un estudiante a clase los docentes no sabemos a ciencia cierta cuáles fueron las razones. Y ya con eso hay una pérdida en la secuencia del curso, en las posibilidades de diálogo, en la necesidad de discutir y sopesar los avances y posibilidades en el aprendizaje. Más trágico todavía es que las personas cercanas a quienes desaparecen o mueren no tengan la certidumbre de a dónde fueron a parar sus seres queridos. Por cometer los “delitos” de pasar por donde otros juzgan que no deberían estar, por ser jóvenes, por ser ingenuos y confiados, por no haber aprendido a desconfiar hasta de su propia sombra, por vivir en una zona que algunos decidieron que pertenece a bandos rivales y pasar por los territorios de quienes controlan otros espacios. Lo que alimenta una política que acaba generando más incertidumbre y más inseguridad. Y más enfrentamientos y violencia. Lo único cierto es que el fin de la incertidumbre está todavía lejos de ser visible y todavía más de ser palpable.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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