La fila

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Muy formados uno detrás de otro, cada mañana de lunes a viernes es posible observar varios coches en las cercanías de las escuelas. Especialmente si se trata de planteles particulares. Y la formación se repite cada tarde de esos mismos días. A menos que sea el último viernes de mes, en que hay consejo escolar y los coches matutinos y vespertinos no se detendrán por esos rumbos. Los transeúntes y otros conductores deben poner cuidado de no confundirse de carril para no quedar atrapados en su intento por avanzar allende las puertas de las escuelas. En las escuelas suelen llamar “vialidad” a esa práctica de formar filas de coches que se paran frente a la escuela y desde los que descienden los hijos que en ese mismo instante asumen su papel de estudiantes de jardines de niños, primarias, secundarias y bachilleratos. Las mesas directivas de las escuelas organizan una secuencia de “guardias” compuestas por madres y padres de familia que, apostados en las aceras, se encargan de abrir las portezuelas de los vehículos y ayudar a encaminar a los recién acicalados y no siempre entusiastas aprendices a la entrada del plantel. Cada mañana y cada tarde, progenitores y descendencias aspiran dosis de bióxido de carbono provenientes del vehículo que les antecede.
Para muchas de esas familias, además de lo que pagan en colegiaturas, útiles, uniformes, el costo derivado de transportar a los hijos representa una parte importante de sus egresos, tanto por lo que pagan por el vehículo como por lo que pagan de combustible y otros gastos asociados a ser propietarios (o arrendadores) de algún medio de transporte motorizado. Son pocos los progenitores que estacionan sus vehículos a una distancia suficiente de la escuela que les permita escapar de la procesión matutina o vespertina y de los gases del vehículo de enfrente, que avanza al ritmo que permite la bajada o la subida de sus preciados pasajeros. Ciertamente, muchos progenitores acompañan a sus hijos a pie, especialmente a las escuelas públicas. Más raros son los niños que llegan solos, a pie o en bicicleta, o en transporte público, a su escuela. Para muchas escuelas, dedicar un espacio para estacionar bicicletas de estudiantes y docentes mientras estos permanecen en las aulas resulta una idea descabellada y hasta costosa. En contraste, en algunos países se ha descubierto que apoyar con una bicicleta a los estudiantes asegura que los trayectos de ida y vuelta sean más sostenibles, constantes, seguros y eficientes.
He sabido de algunos padres de familia que narraban que la escuela de sus hijos les queda suficientemente cerca de su casa como para ir caminando o en bicicleta, con la única desventaja de que al cruzar las avenidas, a las horas de entrada o de salida de las escuelas, les asustaba la posibilidad de ser atropellados por vehículos que se dirigían veloces a OTRAS escuelas a entregar a sus hijos. Así que optaban por salir en el coche para formarse en la fila a pocos cientos de metros de sus casas, entregar a los hijos y, ya una vez iniciado el viaje, continuar hasta sus lugares de trabajo. Parecería que no sólo no podemos vivir sin los vehículos de motor, sino que hasta hasta se deriva un especial placer de presumir el coche en la fila, saludar en la puerta a maestras y directoras y evitar que los hijos caminen unos cuantos cientos de metros.
El pretexto, en muchos casos, es que los hijos cargan demasiados libros en sus mochilas. Así que la “carga académica” que se transporta diariamente a las escuelas (en vez de utilizarla en ella y evitar los traslados cotidianos de mochilas que requieren fuertes espaldas y motores de cientos de caballos de fuerza para transportarlas junto a los chamacos, se convierte en parte de la justificación para adquirir, mantener y conducir vehículos en nuestras ciudades.
¿En qué momento se mueven los niños en edades escolares? Un gran porcentaje de ellos llega caminando a la escuela desde sus casas o tras abordar el transporte público, aunque en algunas zonas de la ciudad los progenitores y las escuelas prefieren que los niños lleguen más seguros y se bajen de un vehículo motorizado frente a la puerta del plantel. Parecería que en nuestras ciudades somos tan ricos como para que buena parte de los niños de escuelas que pagan colegiaturas, se transporten también en coches y haya poca conciencia de los impactos ambientales, económicos y en la salud física y mental de los estudiantes. Aunque he sabido de algunos padres de familia que han propuesto realizar “caravanas” de niños a pie o en bicicleta, al menos desde algunas cuadras antes de la escuela, todavía no he escuchado ni leído de casos en que se hayan organizado y practicado realmente. Algunas iniciativas, como la de “Walk, Bike & Roll to School” (https://www.walkbiketoschool.org) o “Action for Healthy Kids” (https://www.actionforhealthykids.org/activity/bike-to-school/) han organizado redes de participación de las escuelas y, para el 12 de octubre de 2022 han programado casi dos mil “caravanas” a las escuelas estadounidenses. Aunque se trata de un solo día en el año, proponen que organizar este día podría servir para motivar que otros días (por ejemplo, una vez al mes o una vez a la semana), las caravanas ayuden a visibilizar la necesidad de que los estudiantes (niños, adolescentes y adultos jóvenes) se activen físicamente y contribuyan a formar rutas seguras en las ciudades. Este 12 de octubre, al menos 142 escuelas en Texas, 133 en California y 159 en Florida y 100 en Illinois (por mencionar algunos estados con comunidades latinas notables) participarán en estas caravanas a las escuelas.
Podría argumentarse que esas caravanas son para niños fifís y hacia escuelas de ricos. Sin embargo, en una sociedad en donde los vehículos de motor se consideran de prestigio y las bicicletas se etiquetan como “de pobres”, la contradicción es notable. La ambigüedad de las bicicletas y los traslados a pie resalta en estos contextos: si andar en bicicleta es de pobres, ¿por qué las escuelas de zonas marginadas no logran organizar caravanas de traslado a las escuelas? Si organizar caravanas hacia las escuelas es cosa de ricos: ¿por qué las escuelas de zonas pudientes siguen organizando sus filas de coches en vez de promover el uso de transporte alternativo?
Parecería que la actividad física es cosa que no queremos que se practique ni se vea. Pero sí vemos cinco de cada siete días (a la hora de entrada y a hora de salida) a la famosa e infame fila de coches humeantes y conductores ansiosos frente a las escuelas y en sus alrededores.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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