La escuela como respuesta para todo: sola frente al mundo

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Por mucho tiempo, obtener una formación académica amplia era signo de progreso y estabilidad económica; de hecho, las películas mexicanas que reflejan la sociedad de las décadas de los 40, los 50 y aún los 60, mostraban la bonanza que acompañaba disponer de una carrera profesional. Por eso estudiar era significado como algo importante al interior de las familias y se motivaba a los hijos e hijas a seguir estudiante, incluso en ocasiones a costa de grandes esfuerzos de padres, madres, familiares o personas cercanas que apoyaban en ese proyecto.
A partir de la década de los 70 el ingreso percibido resultado de los estudios disminuyó en su poder adquisitivo, sin embargo, hasta la fecha, se mantiene una correlación estrecha entre el nivel académico obtenido junto con el ingreso mensual recibido: a mayores estudios, mayor ingreso. Pese a ello, la escuela ha ido perdiendo significatividad entre el cuerpo estudiantil, quienes consideran otras opciones para obtener ingresos dignos, realizando actividades como el emprendimiento o la creación de contenidos para redes sociales.
Y esta pérdida de sentido y significado vino de la mano, paradójicamente, con la revalorización necesaria que se hizo social y políticamente de la escuela, que no implica valoración del magisterio necesariamente, ya que se convirtió en una vía de atención de todo tipo de problemática social, sin observar que así se atienden los síntomas, pero no los problemas de fondo.
De esta manera, además de seguir siendo una solución para salir de la pobreza, condición en la que se encuentran muchos menores en el país, hoy se ha establecido que si hay un problema de incremento en la delincuencia juvenil en nuestra sociedad, la escuela debe realizar lo que sea necesario para lograr que cada estudiante se mantenga en la institución; si los estudiantes presentan problemas emocionales, ansiedad, depresión y/o ideas suicidas, o bien se muestra una tendencia a ser agresivos con miembros de la comunidad hasta el punto de llevarlos a la muerte, derivados del abandono físico y/o psicológico y la falta de guía parental, la escuela entonces debe trabajar habilidades socioemocionales para subsanar esa profunda herida emocional; si hay un problema de drogadicción a nivel nacional y los Estados Unidos nos responsabiliza como los causantes de la dependencia a las drogas de sus habitantes, entonces la escuela llevará a cabo programas para ver cómo podemos disminuir y erradicar el consumo entre la población estudiantil; si hay un incremento de feminicidios y abuso sexual, derivado de problemas psicológicos no tratados a tiempo y sin considerar la prevención desde la familia o instituciones sociales, nuevamente la escuela va a ser la responsable de dar solución al problema, llegando al punto de denunciar y dar seguimiento legal al caso, exponiéndose sin ser una figura legal reconocida o protegida legalmente.
Total, con cada nuevo problema social que surge, los maestros sabemos que en pocos días nos llegará un nuevo programa a implementar y, con ello, nuevamente, otra responsabilidad más que cargar, ya que todos parecen deslindarse. Pero así sólo seguimos atacando los síntomas y no tocamos para nada las causas de la enfermedad social. Que bueno que hay maestros, porque si no ¿quién atendería todos esos problemas y programas? Pensemos.

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar