La enfermedad como sino

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los vacacionistas desafían el contagio bajo el argumento de que se merecen un descanso. Miles de familias temerarias prefieren correr el riesgo que someterse al claustro de una convivencia forzada. “Si me matan a balazos, que me maten de una vez”, parecen entonar a bordo de sus coches mientras hacen fila para las revisiones sanitarias dispuestas en las salidas de la ciudad. Los mexicanos retamos las consecuencias con la atávica conciencia del destino. Nada se puede contra lo que no se puede: “si te toca, aunque te quites; si no, aunque te pongas”.
Los muertos no resultan prueba convincente para quienes se forjaron las ilusiones de Guayabitos gracias a la perseverancia de su ahorro y la partida del lomo como animales. El “detente” es la única sugerencia presidencial digna de respeto. La suerte, el único salvoconducto que vale.
Para los que no se soportan, el encierro es una condena que sólo se cumplirá a culatazos. Todos los días, todas las horas, son mucho tiempo. La tele no ofrece bastantes sucedáneos y el internet no alcanza para la satisfacción de los caprichos familiares. Hasta la abuela chatea con sus parientes lejanos. En un contexto semejante, la tragedia pareciera un trago más dulce.
Mientras la mitad de la ciudad se muda a la playa en busca de contagios, la otra mitad opta por vacaciones monacales: lavar la ropa, reordenar los cajones, pintar una pared cascada… Sólo entonces se cobra conciencia de casa. Para la mayoría, los cuartos y espacios hogareños no son el resultado de una elección sino una adaptación de los recursos disponibles. Cuarto de dos por dos para tres, azotehuela que parece más balcón en planta baja, cochera donde entran dos coches o se abre la puerta… Los jardines son jardineras; los pasillos, dormitorios improvisados y las ventanas, respaldos de televisores y camas.
La miseria mexicana genera incomodidad y afeamiento. A diferencia de las casas de hace un siglo, las familias actuales se acostumbran al hacinamiento como una condición natural de la sangre. Los hijos se van hasta que ya no queda remedio o hasta que la nuera embarazada atreve un insulto a la suegra. En posición de relaciones abigarradas, se entiende que todos quieran estar fuera. Que el virus no sea suficiente para el encierro.
En cálculos apocalípticos, el 70% de los mexicanos nos enfermaremos de Covid-19. Quienes no se expongan por necedad vacacional, lo harán por la necesidad del sustento. El virus halla hospedaje en la mala suerte. Y la mala suerte es parte inevitable de nuestra idiosincrasia.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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