La desesperación ajena

 en Luis Rodolfo Morán

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

En días recientes me han pasado un video terrible. En él se muestra a una niña que tiene dificultades para unir los sonidos de las consonantes con las vocales. Quien la acompaña, una señora de la que no tenemos datos si es profesora o pariente, la presiona en cada par de consonante con vocal. Hasta que la niña lograr leer las sílabas de una palabra. La mujer pregunta a la niña: “¿qué dice ahí´?”. Y la niña contesta con una palabra que no es la que forman las sílabas. Lo terrible es que la mujer se deshace en carcajadas de burla ante una niña que muestra un rostro de incertidumbre y de no entender porqué la risa de la mujer. Termina el video que alguien títuló: “cuando te das cuenta de que la escuela no es lo tuyo”. La lección es poco solidaria y antipedagógica. Parecería que el video circula para reducir a la niña aun más y para que haya otros que se burlen de ella.
A pesar de que en algún momento la mujer del video parece estar al borde de su capacidad de paciencia, es triste que la desesperación de alguien se convierta en la tortura de otro que podría disfrutar del placer de resolver retos de aprendizaje en vez de ser hostigado por no llegar a los niveles que espera su interlocutora. El video me recordó a aquellos padres que tratan de enseñar a sus hijos determinadas habilidades que para ellos son básicas (nadar, correr, andar en bici) y el hecho de que sus descendientes no logren la maestría que ellos quisieran deriva en enorme frustración y, en casos más graves, hasta en decepción. “¿¡Cómo es posible que este chamaco o chamaca no logre lo que es tan básico en esta familia?!”, parecen desesperar los progenitores.
En una situación similar, hace unos días uno de mis hijos me invitó a entrar a unos trampolines a brincar con él. Miope y torpe como soy, con escasa elasticidad y mucha edad, no podía dar un salto sin titubear. Mi pobre hijo estaba al borde de las lágrimas: “¡pero papá, no te hagas el tonto! Es tan fácil”, prefirió alejarse de una situación en que veía poco empeño y voluntad y no se daba cuenta de que yo no podría ver, al haberme quitado los anteojos, en dónde caería en cada ocasión, ni tenía el control de unos músculos que para él son simple cuestión de moverse y ya. Intervino mi otro hijo y se puso a darme muestras de cómo poner un pie delante del otro y saltar con los dos en el aire al mismo tiempo. Logramos algunos avances y después de un rato de mis desaciertos suspiró: “¡qué difícil es enseñarte esto!”
En algunas ocasiones, al sentir que es natural y básico lo que ya sabemos, sea la teoría más fundamental de nuestra especialidad, el movimiento o el producto que sirve para orientar los demás movimientos o productos de nuestra área profesional, sentimos que los estudiantes nos decepcionan al no captar, al no aprender en pocos minutos, al no comprender de qué les hablamos o el ejemplo que les mostramos. Es quizá ante nuestra propia desesperación al preguntarnos cómo enseñar que podemos entender también la desesperación de quien intenta comprender, repetir, copiar el ejemplo, establecer secuencias de comportamiento o resultados de un proceso.
A veces nuestros propios procesos de aprendizaje nos ayudan a afinar nuestros procesos de enseñanza en el aula. En ocasiones es a la inversa: si no entendemos lo difícil que es aprender, no podremos apreciar el esfuerzo de los otros por enseñarnos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Miguel Ángel Martínez R.

    Muy bien, muy interesante la reflexión del doctor Luis Rodolfo Moran que recuerda lo que hemos vivido los que somos educadores o que trabajamos en el ámbito de la educación. Por mi parte he podido ser testigo de muchas otras escenas en las que las maestras de escuelas primarias o secundarias que se supone, están capacitadas para enseñar de una manera amable y sin provocar problemas en sus alumnos, parece que lo que quieren es frustrarlos para toda la vida; pero peor aún es lo que se da en el nivel superior, en donde algunos maestros y maestras se encargan de frustrar a los alumnos de nuevo ingreso todas sus aspiraciones para un futuro profesional que ya de por sí es gris y en lugar de motivarlos, los desaniman para que deserten de la carrera.

  • Selene Amador Quintero

    Excelente reflexión Dr. Moran.

    Los que trabajamos en educación tenemos que potenciar la oportunidad maravillosa de impulsar acciones dirigidas a los docentes encaminadas a sensibilizar, narrar, reflexionar, sobre el cómo aprendieron desde su experiencia personal, cómo vivenciaron su formación profesional y aprendieron a enseñar y con base a ello cómo enseñan ahora a sus alumnos y qué elementos toman en cuenta para hacerlo. Me parece que este tipo de espacios nos puede apoyar en la construcción de esta reflexión de la práctica educativa, para mejorarla, sin perder de vista el valioso vínculo afectivo que permite a los alumnos optimizar su aprendizaje.

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