Humilde magia incierta

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Una noche que no consta en las escrituras, Jesús el nazareno jugaba póquer con sus discípulos. En algún momento de la partida, mostró su mano de cartas con una mano todavía sin llagas. Sus discípulos lo vieron, muy sonriente, tras un buen rato de conservar un rostro inexpresivo. “Cinco ases”, expresó, escueto e iluminado. Los discípulos abrieron las bocas, sorprendidos. De haber usado cubrebocas esa noche, la extrañeza se habría notado de cualquier modo por las arrugas en el entrecejo y junto a los párpados. Pero esa noche antecedía en mucho a las varias pandemias de siglos por venir. Y poca memoria quedaba de las plagas que habían quedado atrás, en el Egipto de otros tiempos; así que Jesús y sus discípulos mostraban el rostro sin más cubierta que sus cabelleras y su vello facial. Tras un momento de silencio, Simón se atrevió a responder al atrevimiento de Jesús: “querido maestro, como milagro es muy bueno, pero como juego es trampa”.
Y así, a lo largo de la historia, las elucubraciones, chapucerías, pifias, magias y brujerías de la humanidad han acompañado a los intentos por generar conocimientos relativamente exactos acerca de las realidades humanas y del mundo material. Los intentos de certidumbre en el conocimiento han sido como sacar objetos inesperados de la chistera cuando se espera sacar un conejo. También ha habido quienes proponen curas milagrosas a los que no les han faltado creyentes en que detrás de determinadas promesas existe alguna verdad.
En un texto de hace medio siglo, Stanislav Andreski (Las ciencias sociales como forma de brujería) señala que, al menos en Estados Unidos, “las escuelas han ido empeorando a la vez que el número de personal adiestrado en sociología, psicología y educación ha ido creciendo”. Y concluye: “estos expertos no han sido de ninguna ayuda (…) no puede descartarse la hipótesis de que hayan contribuido a empeorar las cosas mediante el empleo de terapias equivocadas. Si observáramos que cada vez que la brigada de bomberos arriba las llamas se hacen más grandes, podríamos muy bien comenzar a preguntamos si no estarán vertiendo gasolina sobre el fuego”. Confieso que al leer el texto de Andreski me sentí aludido pues a esas tres disciplinas he dedicado significativas porciones de mi vida. Parecería que no realizar acción alguna podría ser menos grave que atizar las consecuencias negativas que conllevan los intentos de mejorar la realidad social e individual.
No obstante, la visión fatalista (e incendiaria) de Andreski, hay argumentos a favor de esas disciplinas a cuyos practicantes se nos ha acusado tanto de ser incómodos, como de ser charlatanes, ineficientes y de vivir de la ilusión propia y ajena. Es claro que los remedios milagrosos en la forma de didácticas y pedagogías se asemejan a las terapias y propuestas de políticas sociales que se afirman certeras e infalibles. No obstante, es claro que estas prácticas, a las que se defiende por ser más arte que ciencia, más cuento que novela, más burro que toca la flauta que concertista digno del Concertgebouw, han tenido algunos aciertos a partir de las cuales encauzar nuestras vidas de simples aprendices.
Quizá la lección es que los intentos de magia (en la enseñanza y el aprendizaje, las terapias, las políticas públicas) en realidad nos recuerdan que sólo podemos encauzar nuestras acciones, aunque no podamos resolver por completo los problemas que se nos plantean. La frustrante constancia de que los resultados de toda actividad humana conllevan una fuerte carga de incertidumbre a veces ha servido de acicate para diseñar cauces más rigurosos, con pruebas más sistemáticas en torno a las acciones (pedagógicas) y sus consecuencias. Y con ajustes en la posología y en las terapéuticas a aplicar.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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