Hormigas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Seres que sólo significan a partir de los destrozos que provocan, las hormigas gozan de un temor justificado. Salen de lugares recónditos en busca de alimento y material de construcción para su hogar. Exploradoras furtivas, envían voluntarias en avanzada para comunicar al resto la fuente alimenticia. Matar a una o a dos no representa resultado alguno. Si así se lo proponen, su ejército de dos vías desvalija despensas y reluce osamentas. Según García Márquez, la maldición de los Buendía concluye con su trágica voracidad.
Gustan del azúcar y la inmundicia. Prefieren las cocinas y los basureros. Viajan distancias increíbles y se conducen a través de túneles formidables. Atraviesan los apagadores de luz, las instalaciones hidráulicas y telefónicas. Mastican ladrillos y hasta el concreto que les obstaculiza el tránsito. Actualizan las hordas de los hunos con su saqueo silencioso. Su presencia anuncia la fatalidad.
La mercadotecnia distribuye venenos fabulosos que les hacen cosquillas. Las ahuyenta el lapso de una risa y vuelven a la carga con más enjundia. Lo que no mata, hace más fuerte.
Así como llegan, de pronto desaparecen. Dejan sus manjares intactos y se mudan a nuevos hormigueros, nómadas de la desgracia, en busca de territorios inesperados.
Las hormigas son el ejemplo de la civilización: se asientan, construyen palacios, se reproducen, destruyen y luego se desvanecen sin dejar rastro.
La filosofía las expone como ejemplo de simplicidad. La biología, como condición del ecosistema. La religión, como perseverantes y merecedoras de una recompensa. La mala suerte las refiere como el colmo de nuestro destino.
Todos tenemos hormigas que habitan nuestro organismo. Si las manos se nos entumen, las sentimos caminar adentro de los dedos en espera de una salida imposible. Si tenemos miedo, nos devoran las entrañas. Cuando nos enamoramos se alimentan de la sangre. Entonces se nos nubla la vista. No atinamos razón. Nos ponemos locos ante la invasión.
Tenemos tanta vida como hormigas inquilinas. Nos llevan a donde no queremos y nos hacen decir cosas. Somos sus ventrílocuos. Somos lo que ellas dejan. Nos morimos cuando se nos acaban las hormigas.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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