Haters

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Todos contamos con el placer de un “hater”. Un odiador (por su traducción del inglés), crítico, envidioso o malaleche listo para tirarnos el zarpazo. Un admirador, muy en el fondo, que nos sigue y nos procura con devoción y constancia.
Mark David Chapman, el hater que una noche de diciembre mató de cinco balazos en la espalda a John Lennon, ese mismo día había recibido un autógrafo por Double Fantasy de parte del rockstar. En algún momento, Chapman declaró: “yo soy John Lennon”.
Los haters dan sentido a su vida a partir de la denostación. Siguen a su ídolo en la red. Lo insultan. Publican comentarios ardientes. Se esmeran por estar a la altura del destinatario de su repulsión. Son fans de clóset. Partidarios radicales de una religión que niegan y creyentes de un dios al que se esfuerzan –sin lograrlo– por aborrecer. Son los blasfemos del espejo. Los kamikazes contra su propia fe.
Piensan como su héroe pero no cuentan con las virtudes para hacer o decir lo que aquél dice y hace.
Los haters son perros amaestrados que olfatean los pasos de su amo y lamen las huellas por donde transita. Son rémoras que se alimentan de los despojos. Sombras a quienes les molesta la luz.
La mala educación es toda su educación. Eructan y se sacan los mocos. Vociferan. Se burlan. A todo dicen que no.
Viven detrás de los muebles. Embozados, como criminales. Saltan al paso cuando se sienten provocados por aptitudes intelectuales que no dominan, ni siquiera entienden. Hacen graffiti sobre las bardas. Disertan con palabras silvestres sobre los argumentos de otros. Intentan demostrar las equivocaciones ajenas con balbuceos torpes de primates en estado preverbal. Fruncen el ceño, se golpean las sienes, emiten gruñidos de animales heridos. Los haters son el público cautivo de su domador. Animales de circo que enseñan los dientes y saltan por el aro en llamas bajo el chicote y el aplauso.
Agreden para ser. Su situación óntica es la del hielo apenas agua: su destino es regular la temperatura del vaso sin llegar a saber. No saben a nada, ni a aire ni a frío ni a calor. Son decoración. Los árboles de la obra infantil, las nubes de una tarde lluviosa. Y ya.
El mundo digital los supone y tolera. Se diría que los patrocina. Son los disidentes que legitiman. Los antagonistas que le dan sentido a la trama.
Todos llevamos un hater cosido a la suela de los zapatos. Es nuestra némesis nonata. El abismo de la estupidez humana al que no le alcanza el nombre, el gesto, la opinión.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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