¿Fin de un área de negocios?

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hace algunos años, mi amigo Francisco Pamplona, economista y poeta, decía que la gente aspira a tener “un pedacito de planeta”. Tan es verdad que, por tener un espacio, solemos gastar buena parte de nuestro tiempo para conseguirlo. Trabajamos durante años para poder pagar ese pedacito de terreno en el cual podamos vivir con relativa tranquilidad frente a las incomodidades del calor, el frío, la humedad, las miradas ajenas. Y en donde podamos acumular los otros objetos por los que trabajamos y recibir (por años o por horas) a las personas a las que queremos.
Probablemente haya pocos espacios del planeta que todavía puedan reclamarse sin un costo financiero. En donde haya humanos, e incluso en donde suelen no llegar pero que han sido reclamados por algún poder temporal, conseguir un terreno suele costar muchas horas de trabajo. De ahí que tenga lógica que, cuando alguien comienza un negocio, considere los costos del espacio, que en algunos casos incluye algunas paredes y un techo como parte del precio de la renta o la compra del espacio en el que realizará las actividades de su empresa.
En el actual contexto de la pandemia de la COVID-19, nos hemos dado cuenta de que los espacios de nuestros hogares han cobrado un mayor valor como espacios de trabajo y educación, no solo de esparcimiento y descanso, mientras que las escuelas han tenido que limitar sus actividades para asegurar que las interacciones no impliquen nuevas olas de contagios por Coronavirus. En muchos casos, caemos en la cuenta de que los edificios dedicados a la educación (aulas, laboratorios) y los espacios que los rodean (jardines, estacionamientos, depósitos, bodegas, sanitarios) han reducido su urgencia: mientras que, durante siglos, una legítima aspiración para promover el aprendizaje ha sido tener un espacio para construir el salón de clases, la biblioteca, las oficinas para realizar acuerdos y actividades de planeación, las canchas para la práctica de juegos y deportes, en la crisis sanitaria actual nos encontramos con que hay que evitar esos espacios.
Para algunas instituciones escolares, esto implica que sus presupuestos para la adquisición de terrenos y construcción de edificios tienden a convertirse en superfluos. Ahora esos recursos financieros podrían reorientarse a la contratación de más docentes o la adquisición de tecnologías que permitan interacciones virtuales. Para otras, los espacios que solían rentar para realizar sus actividades, sobre todo para la interacción entre estudiantes y docentes, pero también para actividades administrativas y de interacción entre académicos, han quedado subutilizados.
Al igual que en muchos otros ámbitos de la economía, los directivos de esas escuelas comienzan a ver la dificultad de recuperar los gastos en la creación, renta y conservación de esos espacios. Especialmente las instituciones que rentan locales para sus actividades, pronto se enfrentarán al dilema de conservarlos a altos costos, ante la dificultad de lograr que sean ocupados y pagados por las colegiaturas de estudiantes que no deben ir a esos espacios, sino atender más a la educación como un servicio virtual, en contraste con la interacción personal que tuvimos todavía hasta el último semestre de 2019. Todo parece indicar, en esta época de educación virtual casi obligada, que el mercado de bienes raíces y la renta de locales para actividades educativas, junto con las actividades de construcción de aulas y otras infraestructuras educativas, tendrán que replantearse, al igual que los presupuestos institucionales dedicadas a la compra, conservación y funcionamiento de espacios educativos en concreto.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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