Fin de ciclo

 en Jorge Valencia

Jorge Valencia*

En Occidente existe la costumbre de considerar el tiempo en forma lineal. Los ciclos concluyen con la sucesión de hechos previstos y determinados. Después del final, no hay nada. La historia del hombre termina en Dios. “Y vivieron felices para siempre”. El tiempo al fin detenido en un cosmos eudemónico.
Las revolución narrativa del siglo XX demostró que los hechos “per se” no tienen importancia. La sucesión no conduce a algo en especial. Su significado se adquiere desde la voz que los articula. El “flash-back” como recurso cobró protagonismo capital para la conformación de la trama. Los hechos sólo se entienden con retrospectivas y anticipaciones: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Así empieza la novela “Cien años de soledad”: localiza un presente ligado al futuro y al pasado. Consecuencia y justificación. En la primera frase quedan definidos los tiempos de la acción, la centralidad del personaje y la totalidad del relato.
En la vida real, la biografía de una persona se puntualiza por la perspectiva de quien la refiere. Porfirio Díaz es un traidor de la Patria según la historia oficial. Pero también un padre de familia, un marido enamorado y un joven soldado con convicciones. Las interpretaciones son múltiples y contradictorias. Es un conservador liberal. Todavía hay abuelas que lo añoran por las anécdotas que les contaron sus padres.
Netflix presenta al Chapo como un ser condicionado por sus circunstancias, casi como el arquetipo de la superación en un país de cuatreros. Su heroísmo le viene de la asunción de su destino. Maradona no podía ser otra cosa que campeón del mundo con el artilugio de la trampa. Acostumbrados a la miseria y el olvido, el Chapo y Maradona sacaron partido a sus virtudes. Proporciones guardadas, las leyendas se construyen desde los límites, cuando ya no queda otra. Por eso Maradona no será nadie más que aquél que se burló de 11 ingleses en la cancha, de un reglamento deportivo observado por millones de telespectadores y del imperialismo (Argentina perdió la guerra de Las Malvinas contra Gran Bretaña). A partir de ello, compensó su derrota social con el sino de una infamia: meter un gol con la mano. “Con la mano de Dios”, dijo con la humildad de un personaje épico. Chapo no logró una frase críptica más allá de la teleserie. Lo suyo es la metáfora del túnel a través del que huyó de una prisión de máxima seguridad, en medio del silencio y la oscuridad. Sus actividades son delictivas.
Todo depende de la perspectiva.
Concluir un ciclo escolar no es un final definitorio. Los estudiantes seguirán siendo estudiantes; los maestros se seguirán ganando la quincena en la misma u otra escuela y las instituciones continuarán la historia obsesiva de su renombre. Algunos se van, eso es todo. Otros llegarán con las mismas caras de incertidumbre, mil expectativas y un proceso por iniciar.
La biografía de la educación en México está determinada por el hilo negro con que los funcionarios pretenden solucionar todo. No basta. En muchos pupitres dispersos por nuestro territorio, Maradona y el Chapo aprenden álgebra. Sufren un cinco. Copian un examen. Pagan por un seis. Aprenden a burlar al sistema con una irreverencia y escapan del salón entre aplausos y porras. Son el canon.
El ciclo escolar ha concluido. Las historias de los protagonistas, no: apenas es agosto de 2016 y se anticipa una mañana lluviosa de premiación. Frente al estrado, alguien zurdo saluda de mano al Director.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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