Fecha FIFA

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La Federación Internacional de Futbol diseña calendarios cifrados. Su objetivo es unificar los procesos clasificatorios para el Mundial, donde todos los países concursantes puedan recibir y prestar a los futbolistas pertenecientes a los clubes que integran los selectivos. Se avientan de tres en tres: los jugadores participan en tres partidos en un lapso de seis días. Más los viajes y la concentración. El único aliciente aparente es la representación nacional que orgullosamente los futbolistas conceden. Detrás de esta logística hay premios por la integración, por los triunfos y por los goles, en acuerdos discrecionales que la Federación Internacional establece con las Federaciones Nacionales.
Los clubes, dueños de la carta de los futbolistas convocados a las selecciones, ganan en el sentido de que los jugadores se cotizan mejor y, por lo tanto, incrementan su valor y ellos pueden venderlos mucho más caros de lo que los compraron. Pero corren el riesgo de recibirlos golpeados, lesionados o hastiados.
El aficionado corriente que paga un boleto por asistir al partido de su selección participa en la derrama económica que genera la industria del futbol. También el que no asiste y observa el juego por televisión, pues se convierte en comprador potencial de camisetas, cervezas, linimentos para las dolencias y suscripciones a instituciones de apuestas que ofrecen sus servicios durante los juegos.
Todos ganan.
Los futbolistas también reciben pagos por promocionar los zapatos con que juegan, las vendas, muñequeras… Y por aparecer en comerciales o entrevistas colaterales que realizan los medios especializados.
Ganan dinero sobre todo los medios de comunicación que transmiten, comentan y reproducen parcialmente los juegos.
La pasión que genera el formato, el chovinismo franco y la estrategia de mercado son un negocio rentable hasta para los países que nunca han ganado un torneo organizado por la FIFA. Por ejemplo, México.
La generación de dinero por la compra de camisetas, pago de servicios de cable, “raiting” de las televisoras y venta de boletos en los estadios, obliga a la pregunta si el nuestro no será un país que ya merece ganar una copa. Siempre hay una forma de marcar un penal dudoso, omitir un “off-side” flagrante o expulsar a un rival incómodo que cometió un “foul” discutible. La historia ha demostrado la legitimidad de goles anotados con la mano (Maradona contra Inglaterra), patadas arteras sin amonestación (el portero de Alemania contra Francia en México 86), fuera de lugar descarados y hasta goles inexistentes que decidieron campeonatos (Inglaterra contra Alemania).
México es uno de los países que siguen aceptando el membrete de animadores, eternos participantes que sólo ganan partidos que no son decisivos. Bajo el estoico ejemplo del Atlas, los mexicanos seguimos aferrados al puro merecimiento. Queremos jugar bonito, ganar por goleada y disfrutar lo imposible. La esperanza tiene el color verde de nuestra camiseta; pero el negro de los últimos años define mejor el panorama.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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