Falsos horarios

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Entre todos los actos de necedad que nos distinguen, el de reinventar los horarios es de los que más sobresalen. Sólo el hombre es capaz de engañarse a sí mismo con la trastocación de las horas.
Quienes cuentan con mayores aptitudes persuasivas argumentan que se trata de una estrategia de ahorro. Levantarnos de noche, según ellos, y dormirnos de día, economiza el uso de kilowatts; al no utilizarse, éstos se guardan en algún almacén de luz. No queda claro cómo la electricidad que se evita por la noche que no es noche y se consume por la mañana que tampoco es mañana pueda suponer una evasión del consumo. Los conjuros no aplican a la naturaleza. Decir que una flor no es una flor no evita que la flor lo sea. La negación es un acto de conciencia y de lenguaje que la flor ignora. La flor es flor a pesar de la palabra que la nombre y de la conciencia que la defina.
Pareciera que al alargarse la noche se achicara el sueño. O que la soñolencia matutina justificara un horario cuyo arbitrio se suscita del supuesto acuerdo de los ahorradores.
Las opiniones se dividen según la preferencia. Existen los noctámbulos a quienes les gusta dirigirse al trabajo bajo las estrellas. Imaginan que el día les camina más rápido y que cuando sienten los treinta grados ya es la hora de la comida. Son los que duermen poco. Adelantan la cama y les da sueño cuando la temperatura ya anuncia que el sol está en Asia.
Otros se levantan con rabia. Deambulan entre maldiciones y prenden todas las luces que pueden para demostrar que el recibo les viene más abultado y que el horario de verano es una patraña.
Los cafés reclaman los temas de sobremesa donde el horario inventado protagoniza la polémica. A nadie le consta que exista un almacén de la luz ni que la energía eléctrica se guarde en un cajón como los calcetines que nadie se pone.
Eso obliga al Director de la Comisión de Electricidad a ofrecer declaraciones. Lo maquillan con la rozagancia del oficio que administra y muestra estadísticas halagüeñas e inobjetables que a nadie -quizá ni a él- convencen del todo.
Entre el público están los detractores. Seres de sombra que repelen el sol y la resolana. Demuestran con sus recibos y sus injurias que el único ahorro es el de los dulces sueños. La amargura les viene de levantarse de noche y no poder conciliar el sueño de día. Pagan especialistas que les diagnostican cansancio y les recetan válium.
El horario verdadero se rige por el sol. Las bestias y los insectos obedecen a la naturaleza. Capaz de burlarla, somos los únicos capaces de negar la realidad.
El criterio debiera ser la conveniencia y el acuerdo. La conveniencia no es imparcial cuando la demostración resulta inverosímil. Y el acuerdo no parece generalizado si se trata de tergiversar la biología. En veintitrés años de aplicarse de manera obligatoria, sigue sin sugestionar a nadie.
La falsedad del horario es símbolo de la impostación social. La realidad reducida al capricho de algunos.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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