Expresidente

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Cien años es la longevidad de un dictador con omnipotencia sexenal. El mismo que ocupó el puesto desde donde se decidió la matanza de los estudiantes del 68, más de cincuenta años después hizo fila (en silla de ruedas) en la universidad donde las víctimas estudiaron, para recibir la vacuna contra COVID. Quiso salvar la propia vida (ya senil e inútil) quien decidió la de otros (en plenitud). No es ironía sino teatro del absurdo.
En México, la culpa adquiere el tono de una anécdota histórica.
El demagogo con medalla de oro murió sin decir adiós, sin pedir perdón, entre las quejas propias de la edad. Envuelto en las sábanas tibias de su cama, no en los adoquines de la Plaza de Tlatelolco; de viejo, no de un balazo propinado por un esquirol enguantado por la represión.
Un presidente de izquierda anunció su muerte como se anuncia un día de nubes. El líder del tercer mundo partió de éste y se fue al otro sin trompetas ni aplausos. Ni siquiera reclamos. Los hijos de los muertos olvidaron su nombre y su cargo. La Corte lo indultó después de una condena irrisoria que ni cerró las heridas ni generó la polémica suficiente.
El censor del cine mexicano, del rock, de la contracultura, del lenguaje y del pensamiento de los años 70, omitió un testamento para quienes lo padecieron sin votar por él, fiel a la costumbre de la huida con que los servidores públicos enriquecieron la grisura de su existencia. No heredó nada. Ni siquiera una noticia de escándalo como las aventuras sexuales con que su sucesor en el cargo obnubiló su trayectoria. O su antecesor, la repugnancia facial. Él no. Un hombre como cualquiera: banquero o vendedor de frutas, abuelo demente o yerno peligroso, su mayor virtud –dicen quienes lo conocieron– consistió en trabajar en exceso. Paradójico para un país que se fue a la quiebra mientras el presidente exigía a su gabinete sesiones laborales exhaustivas sin pararse ni para orinar.
Acaso su legado consista en la caricaturización de la izquierda con que adobaba sus mítines saturados de acarreados. “Arriba y adelante” es una frase de tono espacial que no consideró el preferible “aquí y ahora” que aún hoy lamentamos. Lo más rescatable de su gestión consiste en la popularización de las guayaberas como condición para la asunción de un puesto de elección popular.
En paz descansa el expresidente en blanco y negro, quien sólo pinta en los libros de historia nacional gracias a la verdura de sus lentes, pasados de moda. Sin homenajes ni calles nombradas en su honor. Murió anciano, de puro viejo, con la memoria deteriorada, en el anonimato, como alguien que ya no significa nada.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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