Esquizofrenia cultural

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La esquizofrenia es la costumbre de divertirse solo. Se define como una psicopatía donde el individuo asume distintas personalidades. En literatura, Fernando Pessoa fue capaz de escribir bajo distintos estilos poéticos utilizando heterónomos. José Emilio Pacheco dijo que a lo largo de la vida todos podemos cambiar de opiniones, pero no de gramática. La obra de Pessoa contradice esta idea. Es varios autores con una sola firma: clásico y moderno en antagonía. Pessoa es el padre de la poesía portuguesa.
Una sociedad que carece de posturas, termina por no simpatizar con nada. Somos un pueblo que niega el pasado pero al mismo tiempo lo mitifica. Nos inclinamos hacia los vencidos, los pueblos mesoamericanos, con el idioma y la religión de los vencedores. Valoramos con añoranza las costumbres idílicas de los aztecas, pero esclavizamos a sus descendientes directos en la forma de la servidumbre. Su lengua desaparece a pasos agigantados. Nuestra esquizofrenia prefiere la derrota como el semblante punitivo del destino.
Practicamos un machismo culposo con el cual simpatizamos en público con la causa de las mujeres. Denunciamos los feminicidios y las queremos proteger. Pero en privado denunciamos los actos violentos con los que manifiestan su hartazgo. Somos un pueblo que se rige por lo políticamente correcto y lo grotescamente absurdo. Las contradicciones florecen en el corazón de nuestra cultura como la luz y la sombra. Rulfo y los autores del “boom” lo denominaron “realismo mágico” y lo argumentaron como la síntesis de dos pueblos milenarios. Fiesta y muerte, manifestaciones de lo mismo. Tristeza y alegría fundidas como la orilla del mar: agua y arena, día y noche. Los psicoanalistas lo definen distinto…
Si los pueblos tienen el gobierno que se merecen, los mexicanos somos los inconscientes fundadores de la anarquía. Nos gustan las leyes que no respetamos. Las construimos para romperlas. Nuestros líderes sólo merecen el vituperio. Hugo Sánchez nunca será profeta en su tierra. Preferimos el lamento; nos avergüenza el triunfo. Disfrutamos la melancolía con la que nos lamemos las heridas.
Benito Juárez representa al indígena jacobino que se opuso a la Iglesia, peleó contra tres naciones extranjeras, trashumó un gobierno itinerante y se murió de angina de pecho. Sólo le queda una frase célebre y un día de asueto (que ni siquiera coincide más con su aniversario luctuoso). La mitad de los mexicanos lo aborrece por ateo y la otra mitad ya no sabe quién fue.
En un país así, la democracia es una pretensión excesiva y la esquizofrenia, una costumbre nacional para discutir a solas con una legión de ausentes.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar