Espacios verdes para sentirnos mejor

 en Alma Dzib Goodin

Alma Dzib-Goodin*

En medio de todas las tribulaciones que los últimos meses han traído para nuestros países, desde la política, la violencia y las migraciones, vale la pena sacar la mirada de las pantallas y los medios de comunicación y voltear a la naturaleza.
Existe evidencia amplia de que los espacios verdes ayudan a sentirnos mejor. Estudios muestras que la presión arterial se estabiliza cuando disfrutamos de una caminata rodeados de árboles y arbustos o flores. Dejamos a un lado la pugna por el espacio citadino, que se vuelve compleja, pues todos caminan centrados en sus propios pensamientos, que olvidamos que hay otros seres frente y a un lado de nosotros. La única meta es leer lo más publicado o continuar una charla aún a pie, no importa, ¡no hay tiempo para deteneros a disfrutar de las rosas!
Nos volvemos neuróticos en esta prisa por vivir, por llegar, por estar a tiempo, que olvidamos respirar, en parte porque el smog no es lo mejor, de ahí que los pulmones verdes brinden tanta paz y nos recuerden que la prisa no sólo nos daña mentalmente, sino físicamente.
Se dice por ejemplo que una caminata con la mascota mantiene a las personas en buena forma física, baja los niveles de cortisol, la presión arterial, apoya las funciones gástricas y algunos médicos europeos han llegado al punto, que prefieren recetar caminatas en el bosque o en el campo, que medicamentos para algunas enfermedades tanto cardiacas como estomacales, pues ayuda a regular el sistema digestivo y aquellos que viven con constipación, saben los efectos que esto tiene sobre otros órganos, y las molestias que esto implica. El movimiento de la pelvis funciona como apoyo a los intestinos que fluyen mejor después de caminar.
Los árboles son testigos mudos de nuestros pasos, no juzgan si nuestro paso es lento o rápido, no juzga nuestra forma de vestir, de actuar, solo brindan sombra, nos ofrecen colores, contagian con sus danzas al ritmo del viento, y además dan espacios de vida a múltiples criaturas que se sorprenden con nuestra presencia, y nos fuerzan a cambiar la posición del cuello, mueven los músculos de la espalda y nos hacen prestar atención a la cotidianeidad de su existencia que para nosotros se convierten en anécdotas de travesuras naturales, sólo hacen falta 20 minutos en un parque, un bosque, una playa, u otro espacio natural para hacernos sentir bien, sentir que cambiamos de aíre.
En tal sentido, no debemos olvidar que nuestro camino por la vida está ligado a la naturaleza, nos cubrimos con ella cuando aún no éramos capaces de edificar espacios aptos para resguardar nuestras cabezas de la lluvia, el sol o el viento. No fue sino hasta que nuestras manos se volvieron ágiles para comenzar a usar herramientas, que fue posible tomar elementos naturales, para conjuntarlos con nuestras habilidades arquitectónicas, antes de tener un espacio que nos diera suficiente resguardo. Pasamos de cabañas simples con palos, a casas, a edificios, a castillos, y creíamos que la conquista de la naturaleza era un triunfo de la civilización, que expandimos el dominio, desarrollando extensas ciudades que nos brindan una falsa sensación de seguridad, pues entre más grande es la población, más elevado el nivel de violencia, y más lucha por los espacios, que produce tantos y tantos problemas, como los que vivimos actualmente.
En los niños es especialmente importante que puedan sentirse seguros, y la respuesta ha sido rodearles de barrotes en las casas y en las escuelas, aun cuando se encuentra que aquellos vecindarios que dan prioridad a las áreas verdes y benefician el pasto, los matorrales, los árboles y las flores, albergan a los colegios con mayores éxitos académicos. Es por ello, que cuando me invitan a evaluar proyectos académicos, comienzo observando los espacios verdes, pues es lo primero a lo que se van a enfrentar los niños, antes de ingresar a los centros del saber será la entrada y ahí se nota el tipo de invitación que se le está haciendo. Cuando no hay plantas o flores, quiere decir que los programas son estriles, y que van a forzar al niño a centrarse en ellos mismos, lo cual va a promover la violencia, sin darle la oportunidad de ver más allá que paredes vacías y ventanas que no reflejan un poco de vida.
Tener plantas dentro de nuestros espacios habitacionales da a los niños varias lecciones, como la responsabilidad de cuidar una planta, el agrado de un elemento estético, la contemplación de la floración o el crecimiento, el reconocimiento de ecosistemas y formas de interacción con enfermedades, y hasta el sentido de muerte, cuando el ciclo de la planta concluye. El niño ve un ente vivo y lo compara con su realidad. Mientras la planta permanece inmóvil, esperando el mismo respeto que ellas brindan al no juzgar nuestras acciones.
Ojalá estimado lector, tenga la oportunidad de salir y abrazar un árbol, pues la paz que le brinde es la misma que desde el principio de los tiempos, como cuando el Neanderthal caminaba solo buscando comida y cobijo, que encontraba bajo un árbol y con la paz de las flores. Tan es así, que a sus muertos los cubría con elementos naturales, con la certeza de que nada molestaría su sueño eterno.

*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. alma@almadzib.com

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