Espacio, tiempo y materia en manos de la burocracia

 en Luis Rodolfo Morán

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hay escuelas cuyos edificios se utilizan un turno solamente. Otras en las que se trabaja dos turnos. Son pocas aquellas en las que se trabajan tres turnos.
Y son escasas aquellas escuelas en cuyas aulas se puede permanecer en sesiones más allá de determinadas horas. Sabemos de escuelas que han tenido la fortuna de que su oferta educativa crezca a tal grado que sus salones están ocupados casi la totalidad del tiempo. Termina una sesión y ya están los estudiantes y docentes ansiosos por iniciar sus clases y sus talleres.
Desafortunadamente, el cuidado de las escuelas a veces obliga a que sus edificios se cierren a determinada hora y hay pocas oportunidades de prolongar las discusiones, el trabajo en equipo o las asesorías de tesis. Poco a poco, los límites temporales marcan la salida de las sesiones. En algunos casos, la cantidad de cursos, grupos y docentes que deben atenderse reduce la cantidad de minutos que pueden dedicarse a cada sesión. Lo que ha llevado a que los docentes tengan que comprimir sus cursos y tratar de lograr el aprendizaje en menos tiempo de discusión y exposición.
Como es la burocracia la que decide qué salones asignar a cada docente o curso, por cuánto tiempo, la materia de cada curso acaba por estar determinada por una decisión que trata de racionalizar el uso de los edificios de los planteles, pero que acaba por limitar las posibilidades de aprendizaje e intercambio entre estudiantes y entre estos y sus profesores. Como el dinero no alcanza para pagar a personal que permanezca más tiempo en la escuela y que se encargue de vigilar y cerrar los salones, facilitar o manejar equipos y tecnologías, acaba por limitarse el uso de los auditorios, de las aulas, e incluso de los jardines y pasillos, pues el edificio se debe cerrar a determinada hora.
Eso a pesar de que a medida que avanza el tiempo y la escuela se llena de más actividades, la cantidad de metros cuadrados de sus instalaciones no aumenta. Ahora se saca más provecho de cada espacio y eso reduce la cantidad de tiempo que determinados grupos o cursos pueden aprovechar las aulas. Ya ha sucedido en algunas instancias: se reduce la cantidad de metros de cada aula y se le divide en dos o tres pequeños saloncitos en los que difícilmente puede trabajar a sus anchas un número igual de grupos de estudiantes. Supuestamente se atienden más estudiantes y más cursos, pero con más prisas y menos espacios. Y la materia acaba ajustándose a esa cantidad de asistentes, de metros disponibles y de minutos en que el espacio es accesible.
Llega la burocracia con sus cuentas de que el dinero no alcanza para dar mantenimiento ni para pagar a quienes mantienen o cuidan los edificios; y la escuela, que era exitosa y creciente, ya no puede atender a más estudiantes. A menos que se consiga que algunos de ellos y algunos docentes generen un tercer turno, en horas nocturnas, y que además se consiga quién mantenga abierta la escuela en ese turno. Y la cuide y se haga cargo de que docentes y estudiantes estén a salvo y no se les asalte ni cuando estén adentro ni cuando salgan para ir a sus casas o trabajos.
Lo que lleva a tener que realizar otra serie de decisiones racionales que dosifiquen de otro modo el tiempo, el espacio, la materia y el dinero.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Edmundo Camacho

    Una pertinente reflexión, ahora que el sismo trajo a escena, de nuevo, las dificultades estructurales (tanto materiales como humanas) del sistema educativo mexicano, tema, desde luego, de vieja data parar los implicados. Bien por la publicación e invitación a seguir reflexionando en torno a ello.

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