Escuela de la indiferencia

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Irene Vallejo escribe en el País Semanal “La balada del gallo triste” la cual inicia así: “Para ti, la soledad es un patio de colegio. En los recreos se ensayan las dinámicas de la tribu: los juegos de la crueldad. La rebeldía es muy popular, pero casi todos obedecen sumisamente la autoridad de los líderes y los matones; no hay transgresores capaces de defender a la chica marginada. Del acoso recuerdas todos los silencios que encubrían las agresiones. Así aprendiste que pocos apoyan a quien está acorralado y en posición frágil. Porque resulta ventajoso estar del lado de los fuertes. Por indiferencia. Por miedo.”
¿Cuándo tendremos una vida escolar libre de matones y de chicas o chicos marginados? ¿Será tan difícil cuidar del acorralado? ¿Será tan difícil enseñar y aprender el valor de oponerse a la injusticia? Acorralados estaban los migrantes muertos y heridos en una oficina del gobierno hace unos días. “Porque resulta ventajosos estar del lado de los fuertes”, en este caso los dueños del corral de muerte.
Vallejo continua: “La partida que se juega en momentos históricos decisivos empieza en el patio del colegio. El recreo es el ensayo general de nuestra forma de estar en el mundo. Proclamamos que ante un rostro que sufre –un acoso, una agresión, una guerra– no caben la traición ni la ecuánime distancia del espectador que contempla el naufragio.”
El fracaso en las aulas se refleja en el patio. ¿Quién controla el balón para jugar? ¿Quién dicta la forma para formar los equipos y quién margina a unos y unas? ¿Qué aprende el líder, el “dueño” del balón”; qué el marginado/da? ¿Qué los educadores? Hoy se registran casos en los cuales ni siquiera el director general de la dependencia encargada de una o varias escuelas es capaz de corregir o al menos frenar, al líder violento; su autoridad pende de la amenaza, no sólo del líder sino también, en ocasiones, de los padres de él. En esos casos hablar de ética, de derechos humanos, del “derecho superior de la infancia y la juventud” es para el discurso y no para el patio escolar, menos para el aula.
Amparar al débil, al acorralado, al echado de lado, al ignorado no es fácil. La ética –escrita o enseñada en las aulas, a veces aplicada en los juzgados– pide, con fundamento en el igual valor de todas las personas, ese amparo de difícil puesta en práctica. La postura utilitaria dicta el uso de la fuerza ante el abuso, sin considerar la diferencia de fuerzas entre el agresor, el agredido y el defensor. La ética humanista pide evitar la aparición de agresores impíos con una formación desde la niñez temprana basada en el respeto, la equidad y la igualdad, de manera que el uso de la fuerza sea rechazado siempre ante la primacía de la ley y su uso irrestricto. Sin embargo, no hay sociedad sin leyes punitivas, policías para el orden y la persecución de los transgresores, poder judicial para juzgar los casos y sistemas carcelarios para castigar a los culpables con la pérdida de la libertad, casi siempre parecidos a lo que se dice del infierno.
Así, la educación, el aprendizaje y las instituciones educadoras aun quedan a deber en materia de ética, a pesar de las buenas cuentas en cuanto a cobertura, calidad de los profesores y el impresionante funcionamiento cotidiano en el cual están involucrados más de 35 millones de estudiantes y más de un millón y medio de educadores profesionales. Por tanto, ahora, a todos los mexicanos nos corresponde asociarnos al reto de elevar la comprensión y la práctica de la ética humanista en nuestro país. Sin miedo, sin indiferencia. Nadie lo hará por nosotros.

*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

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