Ensayo de un desenlace

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia

El Atlas es un mito. Nadie lo ha visto campeón, pero se sabe que un día lo fue. La mayoría de quienes tienen vida para contarlo porque fueron testigos de tal hazaña, padecen de sus facultades mentales por causa de la edad. Acaso no distingan entre fantasía y realidad. De manera que, como todos los hechos históricos, el campeonato merece un concienzudo esfuerzo por demostrarlo. La historiografía se basa en testimonios y documentos que, grosso modo, sirven lo mismo para justificar la virtual existencia del Chupacabras.
Un equipo convertido en mito por la manera de jugar, el tradicional ímpetu por anotar goles y la excelsitud de sus jugadas –al extremo de adquirir el mote de “académicos”–, resulta paradójico que su actual merecimiento para estar en la final se deba a una virtud defensiva. El club que prestigió la calidad sobre los triunfos, hoy se debate por ganar jugando feo. El entrenador Diego Coca, exjugador atlista, tergiversó la tradición para obtener resultados. Ni la Holanda de Cruyff ni el Brasil de Zico cedieron a la tentación de ganar a cualquier precio. El Atlas de la víspera de ser campeón (o de perder otra vez) renuncia a sí mismo con tal de levantar la copa.
No es gratuito que la final de vuelta se juegue el 12 de diciembre. El signo de la fe rojinegra pende de un milagro guadalupano. Su mérito en la destrucción de las jugadas rivales y la ostentación de una defensiva que evitó la vulneración de su meta diez partidos de la liga, en el compromiso de la “ida” recibió tres goles del León. Significa que en la “vuelta” debe anotar dos y no recibir ninguno para ser campeón. Sin embargo, sólo una de esas dos cosas parece posible.
El dilema atlista vuelve a actualizarse: que su goleador sin acompañantes al ataque cometa el heroísmo dos veces y su defensiva repela todo. Con un parado táctico que tiende a la practicidad, la necesidad de anotar le obliga a la floritura sin “cracks” que lo garanticen. Furch debe luchar contra la bestia con el único dardo que le concede el currículo: las ganas. Las gorgonas de color esmeralda quedaron al arbitrio de la puntería que le conceda el destino.
Si el Atlas juega como el Atlas, merece perder.
Pero el libro de las deliberaciones está salpicado de erratas. Joaquín Sabina cantó “a veces el olvido se equivoca”. Si el Atlas no logra recordar quiénes son ni cuál es su costumbre, tal vez el desenlace resulte en la celebración del triunfo en la glorieta de los Niños Héroes.
Probablemente los testigos del único campeonato obtenido hasta ahora también jueguen infiltrados. El destino ha echado la moneda al aire. El árbitro pita el inicio del partido…

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