En el arte no hay errores

 en Alma Dzib Goodin

Alma Dzib-Goodin*

Hace unos días tuve una charla muy interesante con una pintora, quien, aunque se siente extremadamente interesada por la ciencia, comenzó diciendo que como mujer simplemente la ciencia no era para ella. Su comentario golpeó con fuerza mi estómago, pues desafortunadamente es una idea profundamente arraigada.
Por mi parte, le comenté que yo odié las clases de dibujo cuando fui estudiante. Siempre me ha gustado dibujar y no es un secreto que la fotografía me ha dado muchos amigos, pero cuando fui a la escuela odiaba dibujar o pintar. La razón era simple: la maestra siempre estaba sobre mi hombro criticando mi esfuerzo y diciéndome que había un error. Siempre había un error y nunca obtuve más de un 7 de calificación, más por lástima que por mi esfuerzo.
En este contexto comenzamos a tratar de comprender porque sentíamos tanta frustración por estos temas que vistos fuera del aula resultan tan fascinantes. De vez en cuando disfruto dibujar y pintar piedras. Quizá no sean arte, pero me relaja pensar en un espacio en blanco que se llena con algo. Crear es dar vida a algo que no existía y, mi interlocutora por su parte, me comentó que le gusta mucho leer ciencia y tratar de entender lo que se escribe sobre la percepción del color. “Aún si no comprendo todos los detalles del cerebro y las moléculas, creo que es muy atrayente el cómo los seres humanos son capaces de interpretar simples puntos o pinceladas y darles sentido”.
¿Qué es lo que nos alejó de lo que aún ahora nos sigue llamando la atención?, ambas estuvimos de acuerdo en culpar a la escuela. Mi maestra de dibujo debía dar una calificación y más allá del esfuerzo o de la visión de cada estudiante en particular, todos debíamos pintar manzanas rojas, igual que todos debíamos recitar las Leyes de Newton, aún si no sabíamos bien que significaba en el mundo real.
Sin embargo, tanto el arte como la ciencia surgen de aquellas mentes capaces de romper el molde, capaces de volver lo ordinario en extraordinario. Si en ciencia repitiéramos siempre las mismas ideas y no tratáramos de contradecir con argumentos lo que ya se ha escrito, no se avanzaría. No hay placer más grande que escribir un artículo que cambia lo que se pensaba o permite avanzar sobre un tema específico.
Lo mismo sucede en las expresiones artísticas, donde cada uno pone un sello especial y destaca sobre los demás, haciendo que las cabezas giren tratando de admirar lo que vemos, escuchamos o tocamos, eso es arte, cuando uno es capaz de romper los cánones y ser libre.
Sin embargo, el costo de romper las amarras es grande en cualquier disciplina. A veces es necesario lanzarse con un paracaídas que no se está seguro si se abrirá, porque al final, la percepción social tendrá impacto. Es decir, por más fascinantes que puedan ser nuestras ideas, deben tener eco en otros capaces de mirar el mismo horizonte. Sin ello, las revistas científicas no nos publican y las galerías o salas de concierto no abren sus puertas.
A ello se ha de agregar el factor tiempo. Ningún cambio es bien recibido al instante, se requieren de muchos que apoyen el cambio para que resulte aceptado. A veces los artistas o científicos pasan su vida entera buscando ese momento eureka que parece que viaja sobre hombros de tortuga, algunos incluso mueren sin verlo, como el caso de Vincent Van Gogh y muchos otros pintores que han sido reconocidos después de su muerte y quienes se convierten en íconos para las generaciones futuras.
Quizá si los maestros tanto de ciencia como de arte nos mostraran que hay un poco más allá de la perfección del 10 y que los errores, lejos de ser causa de enfado, a veces permiten descubrir nuevas posibilidades.
En ciencia existen muchos ejemplos de experimentos que no resultaron como se esperaba y, sin embargo, abrieron las puertas a nuevas posibilidades, como por ejemplo en 1879 el químico Constantin Falhberg, llegó a su casa y estaba tan cansado y hambriento que comenzó a comer sin lavarse las manos y por error se dio cuenta que todo lo que probaba estaba dulce, con lo cual descubrió el endulzante artificial.
Sin duda, todos tenemos anécdotas de aquello que odiábamos en la escuela y que años después descubrimos que no eran tan difícil como en nuestros años mozos, quizá hasta terminamos disfrutando de aquello que nos quitó el sueño o que, incluso, nos hizo alejarnos de la escuela. En la realidad, las cosas se viven muy diferente a las condiciones que se crean en los espacios artificiales llamados aulas, donde los grandes genios mueren no por balas, sino por la incesante metralla del “así no se hace”.

*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. alma@almadzib.com

  • Verónica Vázquez-Escalante

    Coincido con usted maestra y con la pintora. ]Siempre hay mucho que aprender, innovar y/o reconstruir, lo importante es no encontrar “peros” ya que la tarea de aprendizaje es infinita y las posibilidades de seguir aprendiendo no se agotan. Ojalá muchos retomemos esa frase para eliminarla, cambiar el así no se hace por ¿de qué otra forma lo harías?

    • Alma Dzib-Goodin

      Estimada Verónica:

      Mil gracias por leer esta pequeña idea y dejar un mensaje.
      Me gusta tu reflexión: ¿cómo lo harías de otra forma? Eso es tan importante en el arte y la ciencia pues nos permite crecer y descubrir cosas que de otro modo no veríamos.
      El otro día dibujé un paisaje con un ave, pero quería que el ave y lo que está a su alrededor fueran negros.
      Usé mis pinturas de madera para todo el contexto, pero cuando pinté el ave, no me gustó porque no hacía un contraste dramático.
      Casi por impulso, decidí usar un Sharpie, y luego un plumón para pizarrón blanco. El efecto fue inesperado, pero bello, el plumón hizo el efecto de plumas pues el papel no bebió la tinta porque tenía pintura de grafito debajo.
      Aún no termino de saltar de gusto por que ese error me llevó a algo extraordinario… a veces valen la pena los accidentes felices?

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