El pésame

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Dar el pésame es una costumbre que pretende solidarizarse con quien ha padecido el fallecimiento de un familiar. Se acompaña de un abrazo y de otras frases como “lo que se te ofrezca…”, “lo siento mucho”, “ya está con Dios”… y otras así.
Quien da el pésame también da un paso al costado. Significa “te ocurrió a ti”. Algo tiene de exorcismo y de cábala. “Toco madera” es lo que querría decir.
Según la lejanía con los deudos, el pésame pareciera un ofrecimiento vacío. Sólo por quedar bien. El empleado con su jefe, el niño llevado a fuerzas por su padres… A veces es mejor no decir nada.
En la vorágine del trance, los familiares no están para agradecer ni para desagradecer ningún gesto. Reciben los abrazos como un acto autómata. La pregunta menos elegante y más inoportuna es “¿cómo murió?” Desata sentimientos que es mejor tener agazapados. Acaso para exponerse en familia, en otro momento, cuando las cosas estén más serenas.
La mayoría de las veces, el pésame se ofrece por el afecto hacia el deudo. Pese a su protagonismo, el finado es un motivo secundario. La tristeza es por el vivo y lo que en éste se derrumba. Nunca tuvo más sentido la frase “estoy contigo”.
El pésame más auténtico es el que se ofrece entre familiares. Sólo los hijos saben lo que significa la falta de su padre. Para la viuda, su marido; el hijo para la madre, el hermano… Debería haber una ley que limitara la presencia en los velorios. Un escáner emocional que autorizara la entrada únicamente a los necesarios. A aquéllos cuya asistencia represente un verdadero consuelo. A los demás, muchas gracias y adiós: un café como premio ante el gesto y una estampita de san Ambrosio.
Luego viene el proceso de transferir la pensión, en caso de que la haya. Admitir el testamento sin imputaciones ni amenazas. Regularizar deudas y posesiones. Deshacerse de la ropa, los cedés… Identificar la contraseña del teléfono, el correo electrónico, la tarjeta de débito.
Morirse es una interrupción para la que nadie está lo suficientemente organizado. El secreto propósito de llenar de gasolina el tanque, recoger el traje de la tintorería, decirle gracias a quien hizo un favor.
Dar el pésame es reconocer en alguien la conclusión de una vida que la muerte por sí misma no es capaz de cerrar. Hay que llegar a casa. Esculcar los cajones de quien se ha ido. Cerrar por fin el cuaderno con la escritura a medias, el texto de la computadora, el borrador del mensaje y el abrazo pendiente que nunca se volverá a dar.
La verdadera dimensión del pésame se recibe a solas. Un martes. Sin llanto. Cuando la ausencia del ser se convierte en una certeza. Cuando la cara amada y la voz comienzan su lento proceso de olvido. Ahí.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • verónica vázquez-escalante

    Con tal conocimiento ha escrito este artículo usted, que me queda claro que también ha pasado por tan penoso momento. Igual lo siento,pues la pérdida de mi padre ha sido hasta ahora, algo sumamente dificil pero uno aprende a vivir con la ausencia y efectivamente, a recibir un pésame que a veces, no queremos escuchar.
    Saludos y un abrazo

  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    En USA velan a la persona algunos días después de fallecer. Cierran la capilla en la noche y cuando regresan de sepultar al difunto ofrecen una comida a familiares y amigos. En algunos pueblos de México, hacen tremendas pachangas en un velorio que a veces se prolonga por varios días. En otras poblaciones, tienen la costumbre de aportar algún dinero a la familia del difunto. En fin, todo es cuestión de tradición y costumbtres.

    • Francisco Alcocer

      Si llegas a ver esta respuesta querido tio Tavi comunicate conmigo.

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