El inglés

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Como para los romanos la difusión de su imperio y para los españoles la conquista de Mesoamérica, por citar un par de ejemplos, el idioma se convirtió hace mucho en un instrumento de dominación.
La lengua de Shakespeare hoy tiene el estatus de una lengua hegemónica en el mundo y no debido a los sonetos ni la calidad sonora de sus matices fonéticos. Lo es debido al liderazgo político-económico de los Estados Unidos y de sus aliados británicos.
Si una lengua es una forma de entender la realidad, compartida por una comunidad, su imposición representa una forma de sobajamiento cultural: “las cosas se llaman así”, por lo tanto, “la realidad es ésta, no otra”.
Aquello que la cultura abraza mediante las formas verbales de la comunicación humana, la ideología las escinde y dogmatiza.
En el rango de la transculturización, lo diferente adquiere valores de sumisión. Los naturales que no se comunicaron en español durante la conquista americana del siglo XVI, corrieron la suerte de la aniquilación. En Estados Unidos el ejemplo es mucho peor.
En consecuencia, con el campeonato mundial distribuido en la posguerra por los aliados, el control comenzó por los candados económicos, la reconstrucción industrial para los países leales y la anglofonetización final de Occidente. El proceso parece tener un no retorno (aunque las lenguas tengan mecanismos intrínsecos de resistencia natural).
Hispanoamérica no fue la excepción y México, por su especial posición geográfica, significa un blanco permanente para propagación de tal fenómeno. La “troca”, el “parquímetro” y muchos otros vocablos son ejemplo del arraigo del inglés. Peor aún, sin castellanización usamos corrientemente “pick-up” y “valet parking”.
Más allá de la conveniencia cognitiva y el beneficio cultural, el inglés ha cobrado el rango de un idioma prestigioso y, por implicación, el nuestro lo contrario.
Las escuelas privadas miden su matrícula por la eficiencia en la implementación del bilingüismo. Los restaurantes, los negocios de ropa (aun tratándose de matrices de origen francés, español o hispanoamericano), las zapaterías… No se digan las marcas de aparatos tecnológicos cuyos registros pertenecen a los países más poderosos, aunque la maquila se lleve a cabo en los nuestros.
Nadie que lo presuma come en “Fonda doña Torcuata” sino en “MacDonald’s” cuyo apóstrofo no garantiza la exquisitez sino la pertenencia a una categoría social.
Así las cosas, para ciertas generaciones no hablar fluidamente el inglés significa pertenecer a la segunda división social. Aunque el español para ésos no tenga el merecimiento de una gramática ya no digamos academicista sino de intercambio comunicativo elemental.
“God bless us”.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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