El hilo negro

 en Jaime Navarro Saras

Jaime Navarro Saras*

Tenía poco más de un mes que el extractor de jugo (después de 18 años de uso) empezó a tener fallas en la rotación, se atoraba y no rotaba de forma automática, y yo, como buen mexicano, bastaba con que le diera unos golpes o lo girara manualmente para que se activara de manera normal, ambas técnicas dejaron de funcionar y no tuve otro remedio que llevarlo con un técnico, aquí en Guadalajara abundan talleres y centros de servicio por la zona del templo de Mexicaltzingo, total, llegué a uno de ésos en donde, además de arreglar todo tipo de electrodomésticos, también venden aparatos nuevos, remanufacturados y refacciones, después de explicarle las fallas, lo checó, verificó que no giraba y lo llevó al área de mantenimiento, al paso de unos diez minutos regresó y me dijo que estaba quemado, que lo tenían que rebobinar y estaría listo en tres días con un costo de 900 pesos, le dije que sí, regresé a los tres días sólo para que me dijeran que iba a estar listo en un par de horas, regresé al siguiente día y nada, me recomendaron que les hablara más tarde, lo cual hice hasta el siguiente día y el discurso se repitió: el extractor no estaba listo, que lo habían probado, que el daño era muy grave y tardarían más días en arreglarlo, les pregunté en cuantos y señalaron que no tenía idea, igual 15 días o hasta un mes, les dije que no me interesaba ese servicio y que más tarde iría por mi aparato, una vez allí firmé un recibo y me regresaron el extractor, por supuesto no me cobraron nada, luego fui a otro taller y me dijeron que no tenían tiempo porque había mucho trabajo, después a otro y también, entonces uno de los “vieneviene” o acomodadores de coches me dijo que fuera al taller de El Gigio que estaba a la vuelta, llegué con él, tomó el aparato y lo abrió, lo limpió, le puso líquido afloja todo, después aceite, lo volvió a limpiar, lo conectó a la corriente eléctrica, lo echó a andar y como nuevo, el precio por ese servicio de 10 minutos fue de 90 pesos, le dejé un billete de 100 pesos, me dio una tarjeta y le di las gracias.
Esta anécdota demuestra dos cosas:

1. que el conocimiento de las cosas genera dinero y,
2. que el mismo conocimiento tiene las posibilidades de educar y puede enseñar a diferenciar entre quien lo utiliza para servir y los que lo hacen para servirse.

Entre las prácticas del taller que me quedó mal y el de El Gigio hay, por lo menos, dos estrategias de operación contrastantes entre sí, la primera utiliza la intermediación como principio, desconoce los procesos y hace que los productos y los servicios se encarezcan, no son dueños de nada, no producen, ni fabrican, únicamente invierten y cobran su porcentaje, muchas veces sólo pasan las cosas y los servicios de una mano a la otra y se aprovechan que están establecidos, pagan impuestos, están al día en la permisología y cosas por el estilo; la segunda, en cambio, tiene el conocimiento, sabe hacer las cosas, conoce los procesos y trata directamente con el cliente, en este caso el costo entre el primer taller y este otro es 10 veces mayor.
Con los procesos educativos pasa un poco lo mismo, este fenómeno es muy evidente cuando hay procesos de transición debido a que sale del poder una gestión y entra otra, regularmente las oficinas y espacios laborales se llenan de neófitos que se dicen expertos, muchas veces desconocedores de los procesos y por lo regular no recuperan ni valoran experiencias ya vividas por las mismas instituciones, siempre es empezar de cero y el intermediarismo es su principal práctica porque el poder los legitima administrativamente, no así el conocimiento como forma de vida y mediación de las cosas.
De un tiempo para acá nos hemos visto invadidos por doctores en los contextos escolares, hoy en día es lo común y lo bien visto, quien no ostenta el título antes del nombre no garantiza calidad y excelencia para el servicio, pero, y como decía un viejo amigo, que un doctor que no genera conocimiento es un simple sujeto que tiene el título para avanzar más rápido en el escalafón y obtener plazas directivas y de supervisión pero no más, este fenómeno se hizo una costumbre, nunca como ahora tenemos tantos personajes en la educación con maestrías y doctorados, lo lamentable es la falta de producción pedagógica y eso, se quiera o no es poco halagador para los espacios educativos, en ese sentido me pregunto, ¿cuánto Gigios andan por allí con un gran un conocimiento de las cosas, sin título más allá de su experiencia acumulada y sin más reconocimiento que el de sus clientes?, y, ¿cuántos doctores deambulan por el mundo educativo cobrando como tales pero sin conocimiento de causa y cero producción en su currículum?, supongo que hay muchos de los unos y de los otros que, para este tiempo de crisis de ideas requerimos más Gigios que doctores aunque, aparentemente sean poco elegantes pero, en ello hay algo de verdad.

*Editor de la Revista Educ@rnos. jaimenavs@hotmail.com

  • MARCO ANTONIO GONZALEZ VILLA

    Excelente texto

  • Ma. Dolores

    Muy cierto su comentario. Muy preparados,doctorados y maestrías para ganar dirección, supervisión, etc. experiencias en la práctica docente nulas y como consecuencia, escuelas,con calidad educativa deficiente.

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