El doble vínculo, cómo hacer tu trabajo y la ley de Haddow

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Gregory Bateson (1904-1980), científico inglés que formó parte de la escuela de Palo Alto, señalaba, en sus estudios sobre la esquizofrenia la noción de “doble vínculo”: se trata de dilema comunicativo en el que se contradicen al menos dos mensajes. Cualquier elección resultará equivocada. Se trata de una comunicación que genera sufrimiento y estrés psicológico, ya sea temporal o permanente, dependiendo de lo que dure la exposición a esos planteamientos.

Algunos ejemplos: haz lo que yo te digo –tú sabrás lo que haces; No te arregles tanto para salir (me parece que irás con otra alternativa romántica) –es que nunca te esmeras en tu arreglo (no quieres lucir bien para mí); sé autónomo y resuélvelo –no confío en que puedas hacerlo por ti mismo; duerme temprano –qué mal que no salgas a divertirte; termina ese trabajo aunque te desveles –debes llegar al trabajo después de haber dormido bien; ven a la escuela –quédate en casa; cuida a tus hijos –sal a trabajar; evita contagios –llena tu aula con la máxima capacidad de estudiantes; sé autodidacta –toma cursos más estructurados; sé independiente –no salgas sola; no hables con nadie –no seas antisocial…

Esas contradicciones podrían dejar de serlo si se distribuyeran en el tiempo y no se exigiese cumplir con ambas simultáneamente. Parte del problema, como afirma Serge Ciccoti en su “estudio científico sobre los estúpidos” (2018, en J.F. Marmion, El triunfo de la estupidez, ed. Planeta) es que hay quien quiere explicar a los expertos cómo hacer su trabajo. A veces, hay quien lo hace a partir de estrategias comunicativas como las que explicó Bateson: “yo te digo cómo ser más productivo, pero implica que pierdas el tiempo en otros preparativos”. Así que, en vez de ofrecer apoyos, ponen obstáculos a las acciones de los demás. A la manera de los “viene-viene” que se ponen en la trayectoria del vehículo al que supuestamente ayudan a salir de un estacionamiento y logran que choque con los coches que quien conduce no logró ver porque le estorbaba el cuerpo de quien le “ayudaba”.

En el tema del control de la productividad de los académicos, el regreso de la pandemia ha resultado en los intentos de controlar el trabajo de estudiantes y docentes para asegurar que se recupere el tiempo que se perdió durante dos años en alejarse de las posibles fuentes de contagio. Ahora, la idea es verlos estudiar y enseñar todas las horas que transcurrieron aislados en sus covachas. Que vuelvan a estimular el uso del transporte colectivo, los coches particulares y desaprender las estrategias de aprendizaje a distancia. La aspiración de vigilar que docentes y estudiantes redoblen sus esfuerzos ha llevado a las propuestas de hacerlos permanecer una cantidad determinada en aulas y pasillos (y, en los pocos casos en que existen, en cubículos o bibliotecas), al mismo tiempo que se espera de ellos que reduzcan su huella de carbono, que permanezcan en casa y que tengan horas de descanso y esparcimiento solo cuando los administradores de las instituciones educativas así lo indiquen.

Desafortunadamente, esta visión consistente en que las burocracias deben señalar a los académicos y estudiantes cómo hacer su trabajo no parte de la pregunta de “¿cómo ayudar para que el trabajo académico sea más eficiente?” ni de la consulta a estudiantes y docentes respecto a sus requerimientos de espacios y tiempos, sino de una cuestión de control que se concreta en la pregunta: “¿cómo asegurar que los administradores vean a estudiantes y docentes en el campus una determinada cantidad de horas?”. Aunque bien sabemos que algunas experiencias de aprendizaje pueden realizarse mejor fuera de aulas y cubículos y más allá de ocupaciones que los administradores consideran “productivas”, la lógica de enseñar a los expertos que su trabajo ha de estar bajo la lupa burocrática se basa en la ilusión de que controlar y vigilar redundará en aprendizajes más eficientes.

En todo caso, la tendencia a la vigilancia vuelve a resaltar la importancia de la ley de Haddow, que nos recuerda que los administradores deben facilitar y financiar el trabajo académico, y no considerarse los jefes de quienes realizan el trabajo académico. (De esa inversión de papeles escribí ya hace algún tiempo: MoranQuiroz: La ley de Haddow y los faits accomplis en la academia (lrmoranquiroz.blogspot.com); para el texto de una entrevista al traductor del libro del que proviene la referencia a esta ley: estudiosSOCIALES7.pmd)

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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