El “chat”

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El “WhatsApp” es el invasor inoportuno. Con su peculiaridad para agrupar usuarios que tienen alguna característica común, todos pertenecemos al menos a uno de esos clubes digitales que no requieren mayor membresía. Basta un número telefónico y una coincidencia cualquiera para ser dado de alta en un grupo. Bajo consentimiento o –casi siempre– sin éste.
Existen grupos de familia, de amigos, de empleados, de correligionarios o de simpatizantes de cualquier causa.
La identidad se publica con una frase certera y un “ícono” (erróneamente así se denomina) que expresan no lo que son sino lo que quieren parecer. La frase identificatoria puede referir un lugar común o un verso cifrado. Y la imagen, una viñeta fusilada del universo digital. A veces, monitos chistosos o banderas deslavadas. En general se trata de una declaración espiritual: “somos esto”. Un escudo, un equipo, una fe.
La red procede bajo una exigencia tácita: poseer un teléfono inteligente y pagar por el servicio de internet.
Debido a este totalitarismo cibernético, el trabajo amplía su jornada laboral a un sobrehorario de abuso y las amistades arremeten con codependencia cínica. No es suficiente comerse un helado: hay que difundirlo en el grupo y definir el punto donde ocurre esa trivialidad con exactitud satelital.
Los grupos violentan el afecto con la banalidad de los “memes” y los videos difundidos hasta el hartazgo. Nada es original. Los mensajes se reúsan y reciclan sin fuente ni autor, con inopia democrática y borreguismo naíf.
Más que el acortamiento de las distancias, el recurso ofrece el avasallamiento de la vida personal. Lo privado se vuelve público; la intimidad se exhibe en la forma de erratas ortográficas y balbuceos lingüísticos. Es el foro de la expresión desgramatizada. Lascaux y Altamira sin bisontes ni cacería ni perdurabilidad posible. La emoción vomitada sin proceso digestivo. Parloteo de aves perdidas que se reconocen a chillidos.
Pertenecer a un grupo es hacer uso de la genética gregaria que nos determina. Significa verter el anonimato a un contenedor, como un vaso de agua de un sabor definido. “Somos los miembros de la oficina”, “los hermanos”, “los ex alumnos” o “los amigos”… La individualidad cobra sentido en torno del vínculo. No pertenecer significa no ser.
El “chat” es una nación con fronteras, un código obviado, una manada aparte.
Gracias a ese recurso tecnológico volvemos a nuestro estado original: la tribu alrededor de una fogata de artificio cuya duración depende de la pila. La cohesión sobreviene por la invención del mito; sólo falta quien lo relate (y nunca faltan los espontáneos).

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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