El amor en tiempos de pandemia

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En tiempos de pandemia, los enamorados manifiestan su pasión por medio de videollamadas infinitas, mensajes ideográficos que sortean la comprometida privacidad de WhatsApp e imágenes demostrativas para los amigos y conocidos de Facebook.
La fauna de peluches se distribuye por medio de Amazon, palomas mensajeras del amor riesgoso. Uber Eats entrega pasteles melosos a domicilio. Las tardes de mano sudada se han cambiado por “packs” de imposibles ángulos afectivos. Las dos horas de abrazos furtivos bajo la oscuridad del cine, entre hedor de palomitas y butacas desinfectas, equivalen a comentarios oportunos durante las varias temporadas de Netflix, a distancia, sobre la cama tendidos, alejadamente unidos. La supervisión parental es digital, nada que el encriptamiento emocional no pueda confundir. La censura corre a cargo de la aplicación y está inspirada en las Kardashian.
El amor es una pasión cuyos límites los determina la habilidad musical de Maluma. Los jóvenes se acicalan sólo para gustar vía Zoom, cuya cámara enfoca la intimidad y oculta la realidad mediante filtros y afeites. El mundo ofrece un mejor paisaje en la tecnología de las pantallas de retina. Los verdes son verdes intensos, los rojos se miden con erotismo sanguinolento con el que se desfallece a distancia. Entre Romeo y Julieta pende la amenaza del virus sin vacuna. Los amantes declaman diálogos atávicos:

–¿En qué piensas?
–En nada.

Dicen mientras se mesan el pelo, pulsan enter a un emoticono de corazoncitos y comparten un meme febril. Instagram registra ese momento universal en que el rubor consume dos almas. La citada frase bíblica se actualiza en “no hay amor más grande que el que comparte su canción favorita en Spotify”.
San Valentín difunde mensajes en Pinterest. La inteligencia colectiva participa, completa, reenvía a los grupos propios y extraños. Los amantes celebran su día en el Twitter. Lo comentan y aclaran; su ardor vivificante sólo existe si se difunde a los otros. Los otros, testigos, imaginantes lectores de secuencias cariñosas, legitiman y refrendan, aplauden y construyen. En la red, participar es construir. El amor de dos recibe auxilios: el amor es colaborativo, producto de todos.
Los amantes miran algo que no está; dicen algo que sólo se oye bajo el ardid de la fibra óptica. Se hacen promesas postpandémicas, se comprometen bajo el rango de los megas que sus datos permiten. Es 14 de febrero y hay pandemia.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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