Educar no es sustituir

 In Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Aprender es una tarea personal. Por más esfuerzos realizados por ayudantes, familiares o medios digitales y electrónicos, la persona, el estudiante, el sabio, aprenden sólo por sí mismos. Se puede pensar en preguntarse: entonces, ¿no son necesarias las escuelas, los maestros, los investigadores, los padres/madres en la educación de niños y jóvenes? Desde luego, esas identidades son ayudantes del proceso educativo de las personas, en especial cuando el aprendiz decide y se convence de la importancia de la ayuda de quienes ya están educados y conocen, al menos en alguna línea, ese proceso.
Vayamos por partes. Aprender pide esfuerzo, información, organización, dedicación, un toque de memoria y ayuda del sabio. Todo eso y más no son “la” seguridad para que un/una estudiante, un hijo, hija, un colega… aprenda. Las ayudas ayudan cuando el aprendiz las necesita para realizar las acciones propias del aprendizaje querido por él mismo.
Lo ideal en este terreno del aprendizaje, para decirlo en simple, es que el aprendiz quiera aprender. Este paso en ocasiones no se da. El estudiante está enfadado de ir a la escuela o a la universidad, pues en el fondo, no ha trabajado su deseo de aprender de manera sistemática, y se contenta con lo que la vida y el tiempo le presentan para aprender. O bien el deseo de aprender no es materia viva de cierta escuela tradicional.
Un ejemplo extremo, imaginario. El joven quiere aprender a jugar billar. Y quiere porque en su diario recorrido de casa a escuela y de regreso, pasa por un salón de billar y al pasar escucha voces y hasta gritos de alegría, de enfado, de relax… y si se asoma, encuentra grupos alegres y festivos porque “ganaron” o “perdieron” y quieren seguir jugando, y al tiempo se da cuenta de que “hay que aprender” si quiere jugar, pues el billar tiene sus dificultades fuertes y demanda habilidades no sólo físicas, sino mentales. Y, bueno, ¿dónde está la diferencia entre la escuela y el billar? El lector amable la puede identificar: Una, la escuela, es obligación; otra, el billar, es diversión.
Y, claro, el lector atento puede completar la observación: “Para jugar billar se necesita aprender cómo se juega”. En otras palabras, el “chiste” está en saber jugar y ahí entra la educación. Esa acción, actitud y deseo opera y da fruto si el aprendiz quiere aprender lo que ofrece la escuela o al menos lo que ofrece el maestro en billar. En ambos casos, institución o juego, no educan si sustituyen con órdenes y mandatos sin justificar la ayuda eficaz para que el aprendiz logre interesarse por él mismo en “algo” por aprender.
El aprendiz puede ser obligado a estar presente en los salones de clase del sistema educativo nacional o en el salón de billar más conspicuo. Así tampoco se educará, pues la voluntad personal de aprender y educarse no puede sustituirse. La sociedad y sus instituciones pueden establecer la educación como un bien indispensable para el buen funcionamiento de esa sociedad y sus instituciones. Pueden motivar a las personas a educarse mediante la exigencia para participar en las acciones necesarias para un buen vivir. La familia puede obligar a sus miembros menores de edad a ir a la escuela y exigir su buen rendimiento y obligarlo a cumplir por los medios que consideren mejores para el estudiante, pero si el estudiante no quiere aprender, no aprenderá.
Así, comprendemos la importancia de conversar con el estudiante con bajo rendimiento en la escuela, lo cual, según ese estudiante, es resultado porque lo obligan a ir a la escuela. En la conversación se pueden conocer los ideales del estudiante y se le pueden ofrecer pruebas para lograr esos ideales. Ejemplo imaginario: “Chico, dicen los padres, ¿qué quieres ser de grande?” El chico se imagina como un futbolista brillante. Excelente chico, pueden replicar los padres. “Te vamos a ayudar para ser futbolista”. Y le preguntan: “¿Sabes cómo poner tu pie para pegarle al balón con fuerza? Con fuerza y colocación, un balón puede ser gol”. Si el chico responde que ya sabe… se le pide una demostración, la cual seguramente será fallida. Los padres pueden decirle: “Ese modo se aprende con los consejos de un maestro de la escuela de futbol”. Y pueden seguir los padres: ¿Sabes cuánto dinero vas a ganar de futbolista? El chico puede decir: No sé,… El centro delantero del equipo X dice que gana mucho y muy bien. Y la pone fácil para los padres: “Claro, porque fue a la escuela y escuchó a sus maestros, fue a la cancha y después de mucha práctica y buenos consejos del profesor del equipo… Claro”. Y continúan: “Si quieres ser como ese centro delantero, puedes empezar si vas a la escuela a aprender todo lo necesario”. Hasta aquí el segundo imaginario.
Los estudiantes de todas las edades serán “buenos estudiantes” cuando estén convencidos de que aprender a aprender es el camino para lograr lo que buscan, en cualquier edad. Y de modo correlativo, los estudiantes aprenderán mejor si van a la escuela y se dejan ayudar, no sustituir, por sus profesores, familiares y amigos, si están convencidos de que aprender empieza por querer aprender y no por obedecer al maestro sin más contexto. Educar no es sustituir.

*Doctor en Filosofía de la Educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx

Comments
  • Martin Linares Ramos

    Si el alumno quisiera aprender, faltaría que el maestro quisiera enseñar. Ecuación completa.

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