Dos despedidas

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza

El jueves 9 de diciembre dejó de existir a los 82 años la actriz y productora Carmen Salinas Lozano, mujer que a través del cine, la televisión y el teatro se convirtió en educadora de generaciones, sin tener más escolaridad que la primaria y una intuición admirable ante cámaras y escenarios.
La chaparrita y simpática actriz octagenaria perdió la lucha por la vida ante un derrame cerebral que la mantenía en estado de coma los últimos días
El 12 de diciembre se dio también la noticia de que Vicente Fernandez Gómez el “Charro de Huentitán”, El “Último rey” según Olga Wormat, el rey de la canción ranchera, orgullo jalisciense, había fallecido a sus 81 años.
Dos personajes icónicos en el imaginario colectivo popular que no eran dechado de virtudes y valores, pero que fueron arropados por marcar una época y por acompañar alegrías, amores y decepciones, juntas, separadas o revueltas en esa odisea del sentido de identidad del ser mexicano.
Para quienes transitamos adolescencia y juventud entre las décadas de los setentas y los ochentas y pudimos asistir a las salas de cine pueblerinas para observar películas como Bellas de noche, Noches de cabaret, la Pulquería y el Sexo sentido, entre otras, la chaparrita simpática oriunda de Torreón, Coahuila era simplemente la “Corcholata”, la educadora extraescolar del albur y el lenguaje vulgar.
La Corcholata, apodo popular que genera simpatías y proyecciones por aquello de estar pegados a la botella y cultivar esa particular pseudoconcreción de felicidad de muchos mexicanos y mexicanas.
Durante el curso de la cada vez más lejana educación secundaria, generaciones escuchamos en distintos volúmenes, la característica voz de Chente que destacaba sobre sus cualidades actorales, a través de  películas como la Ley del monte y el Arracadas, entre otras.
En un ambiente de calor y lluvia pertinaz, entre mordiscos a las cañas, ruido de cáscaras de cacahuetes y olor a naranjas, los pueblerinos y, a veces su prole, agricultores de frijol y maíz en equipo, asistían a las salas de cine para escuchar y observar la trama simple de sus películas y el contenido pobre de algunas canciones del ahora occiso.
Tiempo después, en la educación Normal, las canciones de Chente se convirtieron en pesadilla para los distintos en gusto musical, porque aquel cassette altisonante de etiqueta en mala letra “Lo mejor de Chente”, selección de un compañero en aquellos Sony “pirata” de media hora por lado, daba innumerables vueltas en las noches primarias de parranda y de iniciación en el consumo de alcohol de algunos jóvenes normalistas.
Ya en el debut como profesores rurales, cuando en aquellos años se dotaba a las escuelas unitarias de grabadora y cassettes para apoyar los temas del programas y los ficheros, hubo casos de quienes mejor usaban la grabadora para poner la música de Chente en los cassettes.
A Carmelita Salinas, a un grupo de profesores de Jalisco, nos tocó verla en vivo en la Ciudad de México, en su espectáculo de “Aventurera”, cuando Edith González hacía este papel.
Carmelita, gran conductora y con dominio seguro del micrófono, de lenguaje claro, directo y llano, de simplicidad cautivadora, tocaba asuntos de parodia política que conectaban con los personajes políticos del momento.
Su perspicacia y ocurrencias eran  aplaudidas.
Como el caso del embarazo de la “Aventurera” Edith González, públicamente reconocido por Santiago Creel Miranda,  líder político del Partido Acción Nacional navegaba muy propio en aguas de doble moralidad; ella, a sus anchas, ante cámaras bromeaba del tema con la frase “Ay güerito te gustan jóvenes y boquetonas”.
El singular observatorio de la vida nacional entre las aguas turbias de los vendedores de teatro, radio y televisión.
Carmelita, la seguidora del equipo de Las Chivas, aunque su compa el Loco Valdez fuera apasionado americanista.
Carmelita Salinas y su escaño en la cámara de diputados como parte de la bancada priista, cuyo nivel de productividad en materia de iniciativas soslayaba diciendo que ganaba más en el mundo del espectáculo.
Su ausencia de formación científica y filtro de información veraz, su lengua veloz, cuando declaró que el Covid-19 en su etapa inicial, era un castigo a los chinos porque se comían los perros y los gatos.
Chente, orgullo de Jalisco, el que le cantaba gustoso a Enrique Peña Nieto en el sexenio pasado, ese presidente hoy habitante de España, el “denle vuelta a la página” con los 43 normalistas de Ayotzinapa, el golpeador de los maestros y maestras con la pseudo reforma educativa.
Chente que según la revista “Quien” solo llegó a concluir educación primaria, aunque en voz jocosa de él mismo decía que solo terminó quinto grado y después de repetirlo dos veces.
Chente y doña Cuquita, su mujer compañera, la mano silenciosa y leal, el sostén pegado a tierra, la paciencia y mirada comprensiva.
Mi Chente Fernández, el personaje tocador inmortalizado en memes, el mujeriego, el padre de hijos empresarios de probidad cuestionada, el artista predilecto del palenque de las Fiestas de octubre de Guadalajara, de los eventos masivos, el ídolo de muchos mexicanos en nuestra patria y el país del Norte, el ídolo en muchos países latinoamericanos, donde suena en casi en todas las estaciones de radio.
La despedida en la arena VFG, mientras en las calles era un himno inacabable su música.
Chente Fernández y su hijo heredero en la tradición de intérprete, su voz icónica, la marca vendedora de discos líder de la música ranchera a pesar de que algunos conocedores lo veían superado por Pedro Infante o Javier Solis.
Chente y su incursión en el bolero y la balada, su voz redituable, su voz a dúo, los millones de discos vendidos y los grammys adoradores del rey Mammón, el artista de quién sus paisanos de Huentitán el Alto, esperaban además del orgullo recíproco, mayor liderazgo en el apoyo y desarrollo de las causas sociales.
Chente el simpatizante priísta, el dueño del rancho de los Tres Potrillos, el que siempre tuvo buen trato de gobernadores priistas y panistas; sin mayor trascendencia para la obra social o el apoyo a los sectores de población jalisciense más desprotegidos.
Chente y sus caballos, sus letras al vacío, como la característica misma del alma del mexicano; el juego de la baraja, la pelea de gallos, las botas y el traje de charro, sus bigotes y patillas, la sonrisa tatuada de triunfo y tranquilidad; su homofobia y el distanciamiento social impuesto entre sonido alto y luces de escenario; el sombrero fino de utilería nocturna, sin sol, levantado en su diestra, de agradecimiento al éter ya no será levantado.
Chente para lectores pobres de la Historia Regional y su canción alegórica de la guerra cristera “Viva Cristo rey y fuego”. La guerra cristera de sangre, ignorancia e insensatez.
Chente el valiente de Los Mandados y la emigración de los paisanos al Norte, “La migra a mí me agarró trescientas veces digamos… los golpes que a mí me dio se los cobré a sus paisanos…”.
Los apasionados de su música que pagaron por verlo, por escucharlo, los que seguirán celebrando onomásticos, fiestas patronales, días de la madre, del padre y navidades con su música a distintos volúmenes.
La música de la rockola, el tequila y la cantina, como mundo catártico de la clase trabajadora donde los ídolos populares como el Charro de Huentitán encontraron espacio en el imaginario colectivo.
La relación mercantil del que canta, de los que sostienen la industria con publicidad y estrategias y al final de la cadena, el consumidor que lo paga todo por los momentos catárticos y la embriaguez pasajera.
La Corcholata y Chente los que crearon su éxito desde abajo, con el común de su pobreza infantil, su baja escolaridad; los sonoros y visuales, los histriónicos, los amados.
La etapa neoliberal de miserias culturales y sus personajes, los ídolos populares que moran y se ensañan en la impronta de nuestro tercer mundo educativo y cultural, en paz descansen.

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