Dientes

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los dientes delatan a la persona que los porta. Una dentadura careada muestra que se trata de alguien con preferencia hacia el dulce y los placeres entre comidas. La evidencia amarillenta del cigarro da cuenta de un obsesivo compulso. Los chimuelos ríen su descuido; son gente que no siente vergüenza. Los dientes de las concursantes a Miss Universo son una manifestación de la liviandad: todos son implantes, rellenos y limaduras.
La sonrisa perfecta no existe. Con la fila blanquecina de las piezas dentales, se alinea una predisposición hacia el otro. En nuestra cultura, enseñar los dientes y entrecerrar los ojos es un acto de amabilidad que no necesariamente se siente. La sonrisa también admite el oficio. Los vendedores saben que sonreír es parte de su trabajo. Por el contrario, los soldados tienen muy pocas sonrisas: han sido educados para la amenaza y la seriedad. Los políticos las administran a su conveniencia; las obsequian a sus partidarios y las niegan a sus contrincantes.
Los dientes acondicionan la materia alimenticia para deslizarse por el tracto digestivo. Convierten un filete mignon en masa blanda. Son el comité de bienvenida para el taco de carnitas.
Sirven también para morder las uñas, permitiendo sublimar una de las manifestaciones de preocupación más significativas de nuestra especie. Sin este acto de catarsis, las mujeres despechadas transpolarían su rencor hacia alguna consumación delictiva.
Los dientes cometen otros ejercicios lúdicos como deshacer los tapones de las plumas y las gomas de los lápices. No pretenden beneficio utilitario ni disipación de los nervios. Son episodios de ociosidad purificada.
La mordida demuestra nuestra evolución. Se muerde el cachete de un hijo o la yugular del traidor. Los ingratos muerden la mano que les da de comer. Hay mordidas embozadas que transmiten rabia. Toda mordida está premeditada por una apología atávica.
Los dentistas son psicoanalistas de la mansedumbre. Someten a sus víctimas bajo promesas de salud estética. Los clientes se levantan de sus consultorios con la esperanza del afecto y los bolsillos vacíos. El dolor les persiste hasta la frase en que la boca emana poesía. Hay quienes nunca consiguen trascender la prosa. O que ni siquiera evitan el galimatías.
Cada diente cuenta su propia historia. El Ratón lleva un registro exhaustivo. A diferencia de los niños, los ancianos los expulsan por fastidio. No esperan otra recompensa que la papilla y el silencio.
Los dientes son los intermediarios del habla. Los muertos aún los conservan, tal vez para masticar un alimento que sólo el espíritu podrá digerir. O para sonreír al Mictlán. O para hablarnos con versos fríos.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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