Después de la enciclopedia

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los adultos de la actualidad aprendieron a investigar mediante el plagio de los artículos enciclopédicos que los abuelos de entonces consideraban necesario conservar entre las buenas familias. La Salvat o la Británica, por poner sendos ejemplos. La academia se obviaba con una enciclopedia de prestigio donde los colegiales resolvían todas sus tareas y cumplían con todas sus obligaciones: recuperar una información. Aprenderla era otra cosa. En algunos casos se arrancaban los pedazos de las hojas para engraparse a los cuadernos de Historia a cambio de un sello o un 10 de color rojo.
Ya no existen las enciclopedias. Wikipedia le dio el tiro de gracia a los estantes de libros en los hogares. Ahora, las decoraciones hogareñas se logran con flores de ornato y cerámica de esculturas reconocibles.
El sueño de Diderot y D’Alembert se transfiguró en teléfonos que lo saben todo y una civilización más preocupada por el estado civil de Thalía que por la física cuántica. El internet de las cosas no puede explicarnos el porqué de las cosas. O no se consultan.
Ganamos y perdimos algo, como todo en la historia de la humanidad. Con los focos ganamos una vida nocturna, pero perdimos los cuentos de los viejos alrededor de las velas de la mesa principal.
Las enciclopedias permitían ligar información inútil para la avidez de algunos. El proceso de búsqueda anclaba el interés de otros temas. Internet tiene el sello de lo preciso y lo superfluo. Todos pueden visitar digitalmente el Museo del Prado, pero nadie reconoce los secretos estéticos de Las Meninas.
Después de la enciclopedia, los procesos académicos se han refinado mediante el “copy paste” con que los estudiantes cumplen con sus deberes. La investigación de fuentes bibliográficas redunda en transcribir lo que alguien dijo para satisfacer lo que alguien califica. El estudiante es un mero intermediario sin procesamientos cognitivos. El profesor sin recursos vocacionales, un registrador de entregas. Al menos, el estudiante de antes tenía que transcribir un artículo a mano o en máquina de escribir. Algunas conexiones neuronales se llevaban a cabo. En el mundo digital, la computadora hace todo el trabajo. Hasta revisa la ortografía y traduce.
Llegará el día en que los teléfonos inteligentes de los estudiantes realicen los apuntes de clase que el teléfono inteligente del profesor explique con detalle. El conocimiento humano consistirá en oprimir el botón correcto. El más sabio será el que sepa reconocer qué es lo que nunca sabrá.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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