Desesperanza

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Armagedón o recurrencia histórica del hacinamiento civilizatorio, el Covid-19 demuestra nuestros límites. No sólo los obvios, los biológicos, sino los políticos, comunitarios, económicos, familiares…
El confinamiento forzado ha puesto de manifiesto que las estructuras socioeconómicas no garantizan la supervivencia de nuestras sociedades. Si en Europa significará un retroceso significativo, en México y América Latina cobra tintes de un colapso. La gran mayoría vive al día, bajo los efectos de una polarización contra la cual no parece haber remedio. Los sueños igualitarios se quedaron colgados del siglo pasado. Las pequeñas empresas tendrán que empezar de nuevo; los empleados tendrán que volver a contratarse, tal vez con nuevas reglas.
Mientras tanto, los gobiernos dan patadas de ahogado para recuperar lo poco de credibilidad que les queda. Esta experiencia los dejará sin adeptos, sin discurso coherente, sin liderazgo moral. La pandemia no es culpa suya; su culpa es la falta de organización, la insuficiencia estructural, la cuestionable contención de los contagios.
Nuestro país ya ocupa el segundo lugar en fallecimientos, lo que demuestra que las estampitas religiosas no resultaron el mejor antídoto. Nuestra fe no es a prueba de virus. Ni tampoco el miedo, según las escenas violentas protagonizadas por policías y manifestantes en las calles de nuestra ciudad.
Tal parece que el estilo nacional consiste en derrotar los índices de mortandad pandémica con la perpetuación de la inseguridad. Si los gobernantes no pueden reducir las vendettas, los asesinatos, la violencia de género, los crímenes del narcotráfico, ¿por qué podrían prevenir los contagios?
El ineficiente sistema sanitario ofrece escenas tan inhumanas como cotidianas que únicamente conmueven a los familiares directos de las víctimas, a los que sólo les dirigen la palabra para entregarles los cadáveres infectados.
La infección obedece a la mala suerte. Al riesgo de quien, si no vende, no come. Lotería y ruleta rusa, sino de la miseria atávica.
Mientras los representantes políticos esgrimen declaraciones de pirotecnia para exculparse y asegurar su futuro en el servicio público, los ciudadanos comunes sortean las embestidas de la realidad: hipotecas al borde, nivel de vida comprometido, ahorros (si los hay) como último recurso de supervivencia.
Este país saldrá adelante. Con estadísticas de alarma y austeridad postergada indefinidamente. Se requerirán nuevas promesas. Una esperanza replanteada y alguien que estire otra vez el dedo para señalar el rumbo con el gesto de los héroes de bronce. Hasta que una nueva tragedia nos muestre las entrañas. Los dioses han vuelto a pronunciarse a través de nuestras tripas.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Victor Ponce

    Gracias estimado Jorge Valencia, sigo admirando tu pluma, como tus primeros libros

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