Deserción por decepción

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Solemos escuchar que la deserción es cosa que se aplica en contextos militares y escolares. Aunque hay veces en que salimos del cine a media película porque ésta no cumple con nuestras expectativas. Se sabe de cónyuges que abandonan a la pareja, o a la familia porque se han decepcionado de una relación que no cumple con lo que esperaban o porque se convencen de que esa vida no es para ellos. Así como el soldado, dice el diccionario de la Real Academia Española, “abandona sus banderas”, hay estudiantes que abandonan sus ideales de meses o años atrás y dejan a sus compañeros y profesores con un palmo de narices.
A veces la cosa es gradual: hay quienes se decepcionan poco a poco y a ese mismo ritmo va menguando su entusiasmo. A veces la cosa de un momento a otro: hay quienes se decepcionan de un durísimo golpe y “si ayer te quise, la situación es otra el día de hoy”. De tal modo, dejan de una sesión a otra el curso, la licenciatura y la que consideraban su vocación. A otro con ese llamado, pues los cursos que conducían al ejercicio de una profesión les resultan demasiado aburridos, áridos, repugnantes, indescifrables, insoportables. Y pensar en un presente y un futuro de dedicarse a eso mismo es francamente angustiante.
Hay quien deserta de la escuela porque ésta no es tan sencilla como parecía. Demasiadas tareas, demasiadas exigencias, compañeros demasiado agresivos, docentes excesivamente irritantes, asignaturas carentes de sentido. ¿Para qué seguir en un curso que sólo conduce a otros cursos en una serie continua de frustraciones y de retos que, al resolverse, no dejan satisfacción alguna? ¿Para qué meterse en el camino de un oficio que no nos dará el gusto de resolver desafíos que nos interesen?
Hay quien deja la escuela no porque ésta sea aburrida, sino porque quita tiempo que podría dedicarse a un trabajo que produzca ingresos para mantenerse a sí mismo y a la familia. Hay quien deja la escuela porque de repente tiene que enfrentarse a los retos que representa una familia en crecimiento. Pero dejar la escuela y la vocación por decepción hace muy difícil volver a confiar en la intuición que nos señalaba que era ese amor al que quisiéramos dedicar nuestros días y nuestras noches. Decepcionarse implica dejar un curso de acción al que ya no le encontramos sentido, cuando pensábamos estar en lo correcto y acabamos en un desengaño que nos saca del error.
Lo que hemos de considerar es en qué medida los docentes de determinados campos disciplinares contribuimos a que los estudiantes del oficio se decepcionan al asistir a nuestros cursos o al ver lo que hacemos quienes nos dedicamos a la profesión. Si es para hacer eso, reflexionan algunos, ciertamente prefieren seguir otro camino distinto al ejemplo contemplado.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Verónica Vázquez Escalante

    Felicidades Doctor, muy interesante y reflexxionar para non dejar e manos de otras personas nuestras responsabilidades, gustos, alegría a y problemas. Saludos

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