Decir que no

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La asertividad es una costumbre reciente, importada de sociedades donde el respeto guarda un lugar significativo. Ni siquiera es parte de nuestro vocabulario. A los mexicanos nos educan para aguantarnos. Los que no somos “milenials” estamos acostumbrados a reprimir nuestras emociones. Sonreír contra nuestra voluntad es una forma de cortesía que empata con el “mande usted”, “mi casa es la casa de usted”, etcétera.
No sabemos decir que no. Preferimos el eufemismo de “nos vemos al rato”. Romper la promesa antes que contrariar al amigo. Y la excusa como un argumento fantástico (“se me ponchó la llanta”, “no tuve dónde dejar al niño”, “se enfermó mi abuelita”) en vez de soltar un franco “no tuve ganas de ir”.
La diplomacia es condición nacional. Denominación de nuestro origen. Los españoles nos parecen rudos. Gente que raya en la mala educación. Si pudiéramos decir la sílaba con la contundencia de la sinceridad, habría menos embarazos, menos adicciones, menos reumatismo crónico (el reumatismo es represión de sentimientos, dicen).
Como postura filosófica, el “no” representa la evasión de los impulsos externos y la asunción de una actitud interiormente definida: “no quiero”. Por lo tanto, constituye un rasgo de identidad y de conciencia de sí. Sólo los seres libres son capaces de negar una incitación que no les favorece.
Decir que no es un acto de rebeldía. Una posición asumida en el mundo. Alguna vez los vasallos dijeron que no al imperio; el hijo que se fue un día de casa, la novia que dejó de amar…
Significa la elección de una alternativa: en vez de esto, lo otro. Implica un acto de albedrío. Una preferencia decidida. A pesar de las consecuencias.
Negar es políticamente incorrecto. “No me contradigas”, dicen los buenos padres antes de la bofetada didáctica. Los mexicanos preferimos “dar el avión”. Decir que sí y tirar de locos a los otros. Evitar la confrontación. Ahorrarnos la discusión, los argumentos, los desacuerdos incómodos. Optamos por el consenso de dientes para afuera, aunque implique poner una convicción entre paréntesis. La simulación es un gesto de la buena crianza. Mejor fingir que librar una batalla. Hacer la paz a costa de la impostación.
El hábito tiende a cambiar. Los niños obtienen aprendizajes silvestres. Los padres contemporáneos no quieren pelear con sus hijos. Respetan que no quieran comer sopa, descansar el “X-box”, lavarse los dientes. Se trata de generaciones que niegan fácil, sin culpa alguna. Podrán equivocarse más veces. Tener más roces. Enfrentar más conflictos. Tal vez vivan más felices. Probablemente, más solos.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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