De sorpresa en sorpresa

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hay quienes te dan agradables sorpresas. Por ejemplo: te hacen un pequeño regalo inesperado con cualquier pretexto para mostrar su afecto. Pero en las instituciones educativas suelen presentarse sorpresas bastante indeseables. Así: a veces salen con la sorpresa de que se inundó alguna aula; que no hay energía eléctrica; aunque lo prometen las políticas institucionales, no hay equipo como proyectores o wi-fi; que no hay agua en los sanitarios; que se suspenden las clases. En algunas instituciones las sorpresas son más sutiles, como en los requisitos para gestionar recursos que se suman a los ingresos de los docentes o para gestionar recursos que apoyen las funciones sustantivas.
Así, se sabe de casos de instituciones de educación superior en que los reglamentos se modifican de un periodo al siguiente, de modo que, cuando los académicos previsores tienen listos sus expedientes, resulta que la regla ya cambió y ahora los documentos se acomodan de otro modo, cuando es lo menos, o resulta que los requisitos son distintos y lo que el periodo anterior era cosa de la mayor importancia ahora no tiene valor alguno. Y viceversa: inútil gestionar si no se cumple con los requisitos sorpresa recién incluidos en el reglamento. Sine qua non. No habrá paso adelante si ese requisito no se ha cumplido.
Y los profesores se quedan con un palmo de narices cuando llevan sus muy prolijos y atesorados documentos con las firmas, sellos, fechas, colores, órdenes, numeraciones, tamaños, jerarquías, que habían sido estipulados en la convocatoria inmediata anterior y cuyo reglamento ya cambió. Y ahora, quien quiera reclamar por no haber sido incluido entre los beneficiarios no puede acudir al documento que se requería el periodo anterior para el efecto, que se consigue en la oficina X con el funcionario Y, porque ahora esa responsabilidad es cosa de la funcionaria Q, quien da el documento que permite el acceso al trámite R para conseguir una cantidad de recursos J, que antes equivalía a Jx2.
Así que, a las tareas asociadas a las funciones sustantivas de las instituciones de educación superior, los trabajadores deben añadir ahora el tiempo que han de dedicar a conseguir los documentos probatorios de cosas que ya se habían probado, comprobado y nunca reprobado, para poder continuar con el trámite. Y ese nuevo requisito se lanza como sorpresa en un mensaje de correo electrónico que no les llegará a algunos y del que medio mundo cuchichea en los pasillos y poco antes de entrar a las aulas o de retirarse del plantel para ir a otras funciones sustantivas fuera de la interacción directa con los estudiantes.
Se suman más tareas que no estaban en el contrato original, pues en ese entonces no existía el nuevo reglamento, pero que ahora se suman a las tareas previamente programadas. Entre las cosas que se les piden a los docentes es que en sus cursos no haya improvisación y que todo esté estandarizado y fechado. No se puede inventar actividades, preguntas, lecturas o discusiones que no hayan sido incluidas en el programa y que no hayan sido planeadas para fechas específicas.
A las burocracias que piden estandarizar no les es posible concebir que cada grupo de estudiantes y cada estudiante sea diferente del anterior. A ellos no les gustan las sorpresas. Que a los docentes no se les ocurra innovar, pero los burócratas y sus múltiples comisiones diseñadoras de reglamentos y evaluadoras de tareas y requisitos conservan y renuevan el privilegio de añadir requisitos para aumentar el número de intentos, de documentos y de profesores rechazados en sus gestiones de recursos para complementar el sueldo o de recursos para realizar las funciones sustantivas de la educación.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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