De reyes y de mentiras bonitas

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Es el 6 de enero uno de los días en los que la mayoría de los niños del país, salvo aquellos que viven en pobreza extrema, pueden tener un momento lleno de ilusión y ansiedad para desbordar en alegría por los obsequios que pueden recibir.
Sin considerar y tomar en cuenta su origen, es, sin duda, una de las tradiciones que aún existen en el país, que se disfrutan mucho durante la infancia y que se recrean con mucho esfuerzo, generosidad y entusiasmo igualmente por la mayoría de los padres. Nadie podrá negar, salvo los detractores de la práctica, que es una de las mentiras más bonitas que se han inventado en este mundo.
Obviamente podemos discutir el punto ¿existen mentiras bonitas? Desde el punto de vista moral la respuesta sería no, ya que la mentira siempre implica negar la verdad a una persona y el engaño siempre tendrá entonces una connotación negativa. Desde el punto de vista psicológico, es la mentira un recurso social que se emplea para controlar a otros o para ocultar alguna falta cometida; en ambos casos podríamos señalar que cuando un niño empieza a decir mentiras es ya un sujeto con un cierto nivel de conciencia sobre la forma en que se rige el mundo social.
Pero lejos de discursos teóricos, los padres sabemos que a través de una mentira tierna y bonita la infancia de una persona puede ser cobijada de una forma más sensible. Con una mentira se puede proteger a un niño de tener un dolor profundo que deje huellas y heridas por mucho tiempo, pero también, como lo es el caso de los Reyes Magos, se puede construir un mundo de fantasía, mágico y de emociones que pueden derivar en explosiones de dicha y momentos inolvidables de felicidad.
Sin embargo, se dice que toda mentira acaba por ser descubierta y es así que un día por las amistades, por un hermano mayor, por un adulo frustrado, por la adolescencia misma o por una lectura inoportuna, son las causas principales, el niño descubre la terrible verdad y sufre con el engaño y siente desilusión. Algunos niños lloran, otros lo toman con aparente calma, pero sin importar la forma en que se asuma el saber algo se rompe y termina dentro de su ser.
El tiempo, afortunadamente y como casi siempre, viene a curar el desencanto y emerge entonces la valoración del acto de los padres que se honra a través de la repetición del mismo ritual. Y es cuando se entiende que, en un país como el nuestro en donde hay pocas alegrías para los niños, hay mentiras bonitas que se vuelven necesarias. No rompamos entonces la tradición y por el bien de los niños sigamos mintiendo, podría ser su única alegría e ilusión del año.

*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar