De paz y otros valores

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

Desde 1945, en el mes de octubre de cada año, la humanidad celebra el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas cuyo objetivo principal es ser garante de la paz.
De este organismo dependen las áreas estratégicas –en estos días complicados–como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Salud, educación, entre otros imprescindibles para un proyecto realista de paz.
En el calendario oficial, que autoriza la Secretaría de Educación Pública, la fecha del 24 de octubre es una conmemoración tradicional. Los desfiles infantiles de banderas y vestuarios típicos son imágenes de los honores a la bandera –antes de la pandemia– y periódicos murales que traen a paseo al mundo en el microespacio –la escuela– constructora de solidaridad internacional.
El largo camino hacia la paz despliega en el horizonte como una tenue luz de esperanza. Cómo el día y la noche, como la luz y la obscuridad, como los tristemente célebres ciclos de la historia universal.
La salud y la educación, la concordia y tolerancia, el respeto entre las Naciones, son fundamentales en esta dinámica de mantener la luz encendida.
Los múltiples argumentos hechos discurso en las tribunas de la ONU en su sede de New York, los oradores y las banderas egocéntricas, los intereses de los corporativos, los grupos hegemónicos, el nacionalismo tan caro cuando hay obsesiones de dominación; el armamentismo nuclear, botones rojos y miradas obtusas.
Afirma Alfred Adler, analista del poder, “La guerra es la organización del asesinato y torturas contra nuestros hermanos”.
La fuerza, el poder y la guerra, las ambiciones y el desequilibrio de las economías y los diferentes desarrollos. La ilógica de la acumulación, las patologías de los insaciables.
La paz y su paloma blanca simbólica como aspiración de una civilización humana, atemorizada por los horrores de la guerra que protagonizaron regímenes militares en uno de los bandos, Alemania, Italia y Japón.
En otro de los bandos los imperios decimonónicos cuya hegemonía se vio amenazada.
El tercer bando, los países no alineados, dominados, usados como campo de batalla, rehenes de intereses, allende sus coordenadas geográficas, carne de cañón, botín cuando cesa el fuego.
El nazismo, fascismo y falangismo, su simbología, los “superhombres”, los arios y su saña, la embriaguez del dolor ajeno justificado por el odio más irracional, las víctimas del campo de concentración descritas entre otros por Víctor Frankl, la elección del camino, como alternativa de salud ante la barbarie, “Los que estuvimos en campos de concentración recordamos. A hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias– para decidir su propio camino”.
La segunda guerra y sus consecuencias, que aún determinan la geopolítica mundial, que aún avivan los traumas individuales y colectivos. El inconsciente colectivo guerrero, hostil, agresivo, enfermo de propiedad privada.
La abundante presencia de la guerra en el cine como tema, la novela, la poesía, la ciencia y la filosofía de la posguerra, de la guerra fría; la competencia tecnológica, la carrera armamentista.
La psicología en sus distintas direcciones para comprender la guerra y la paz, las intro e interrelaciones de las personas, la diplomacia entre países.
La esperanza de educar para la práctica de la paz, el reto pedagógico de canalizar la agresividad y la primitiva violencia en la infancia y la adolescencia.
La práctica de la paz en los seres humanos es muy endeble, es muy frágil, así lo podemos corroborar en la historia paralela y sincrónica de este organismo.
Baste señalar conflictos como la guerra de Corea, Vietnam, Israel y sus vecinos árabes como Palestina y Egipto, los Balcanes, Iraq, Irán, Libia, Siria y recientemente entre Armenia y Azerbaiyán.
La guerra contra la delincuencia en México y sus costos colaterales en voz de espurios.
Le guerra por posesión de recursos naturales, por territorio, por ambición imperialista, por aparentes sin sentidos raciales o religiosos, ideológicos, por la emergencia de liderazgos de afanes expansionistas.
El oro y la plata, el petróleo, uranio, el litio, el cobre, el dinero como finalidad por sí.
La guerra como rehén de economías, la economía del conflicto bélico.
El mercado armamentista.
Lo deja claro Erich Fromm “Mientras todo el resto del mundo desee tener más, se formarán clases, habrá guerra de clases, habrá una guerra internacional”.
En las relaciones humanas de convivencia cotidiana urge la práctica de habilidades de sana convivencia.
Los grupos de personas y familias que constituyen ese entramado de lo que llamamos pueblo o ciudad, la necesidad de educar la tolerancia a lo diferente. Estar bien con el vecino es uno de los valores que es más común encontrar en los medios rurales versus el medio urbano.
La ciudad como suma amorfa de grupos de población que colaboran, establecen relaciones de interdependencia pero también compiten, agreden, sobreviven, tensan.
La progresiva urbanización de las sociedades ha provocado el debilitamiento de la convivencia con el otro, primer manifestación del aprendizaje colectivo del valor de la paz.
Los medios y su insaciable hambre amarillista. La guerra simbólica con el otro y los muertos de todos los días que ya no conmueven.
La paz y la convivencia son un reto en la pandemia y lo serán después de ella.
Al falso nacionalismo para encerrar masas y usarlas como conscriptos, habrá que oponer una formación cívica integral de valores universales.
Mamá, ¿Dejarán caer la bomba? Dice una canción clásica de la banda británica Pink Floyd. Mamá ¿Debería confiar en el gobierno? Refiere la misma melodía.
La red social para evitarlo está en ciernes en las escuelas, en las familias, en las condiciones de viabilidad de repúblicas garantes de justicia económica y social.
El miedo paraliza, genera la adrenalina de la huida, pero a la vez mueve la inteligencia y promueve la construcción de salidas.
Alimentemos la educación para la paz y otros valores inherentes. Hagamos cultura de reencuentro, en ello va la supervivencia de eso que llamamos humanidad.

*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. zatarainr@hotmail.com

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