De la borrachera electoral a muestra cruda realidad

 en Andrea Ramírez

Andrea Ramírez Barajas*

Cuando era niña mi papá tenía reuniones sociales con algunas amistades cada semana o de manera espaciada. Tomaban la copita y discutían de diversos temas, de política, de deportes, hasta de toros (sic). Yo tenía como 8 ó 9 años, siempre conviví con personajes de círculos universitarios, artistas e intelectuales. No aprendí a tomar licor desde ese entonces, pero si aprendí dos palabras claves del mundo bohemio: borrachera y cruda o resaca, para ser más propia.
El primero de julio nos embriagamos de democracia o ya desde días antes muchos ya habían agarrado la jarra, la borrachera de este tipo dura poco, no se trata de ser teporochos en el plano político o electoral. La madrugada del lunes 2 de julio nos alcanzó la cruda realidad, esa que también nos duele en lo social, la violencia generalizada, los miles desaparecidos, Ayotzinapa y las cicatrices juveniles, la corrupción en todos los órdenes, la narcosociedad, la narcodemocracia. Unas elecciones cambian cosas pero no cambian todo y lo van cambiando poco a poco, dicen los que saben que el problema es cultural.
En estos momentos me encuentro en Montevideo, Uruguay, sentada frente a mi computadora, tomo una copa de vino tinto (que es lo único que aprendí a tomar, a partir de la lección de aquellas tardes–noches de bohemia de mi padre y sus amigos universitarios). Desde acá no pude votar por razones extrañas, pero toda mi fuerza y toda mi voluntad siempre han estado con Morena. Estoy feliz de que Andrés Manuel López Obrador sea el primer presidente de una expresión de las izquierdas en nuestro país (porque hay muchas) pero estoy escéptica de que todo esté saliendo tan bien. ¿Y el gran fraude de cada seis años y la compra de votos, y el carrusel, y el ratón loco y las urnas embarazadas? Esto me da cierto sospechosismo. Me da mucho gusto por AMLO y por los miles de mexicanos que le han apostado todo a este cambio, pero el triunfo ha sido muy rápido y hasta cierto punto barato. Quiero decir también, que yo no creo en los cambios electorales, por muy civilizada que sea la Cataluña, el país Vasco, o cualquier otro lugar de la tierra. Tampoco creo que la violencia o la lucha armada sean la solución y el único método de los cambios políticos, sociales y educativos. Creo en los cambios que, de manera profunda se gestan desde abajo, con consensos y con proyectos basados en principios y en claridad estratégica de hacia dónde se dirige el rumbo social. Fui zapatista un tiempo pero nunca dejé de ser de la tropa, ahí la verdadera dirección está en Chiapas, en la comandancia central y goza (me duele decirlo) de grandes privilegios.
Por eso LA EDUCACIÓN (así con mayúsculas) es el laboratorio político de la sociedad, por eso duele tanto la corrupción de los priistas y la incongruencia de los panistas, por eso duele tanto la pérdida de rumbo de los perredistas, por eso una le reclama a los gobernantes una mínima claridad del rumbo educativo, porque de aquí se traza todo el rumbo de la sociedad.
Recuerdo también (en este momento de los recursos, después de un sorbo de vino tinto) al escribir estas líneas, que en una ocasión en la escuela Normal ganamos las elecciones y yo fui la primera en decir. Ya ganamos y ahora ¿qué sigue?, y me dijeron: “no molestes. Déjanos disfrutar esta victoria”.
Así ahora, en mi apreciación particular puedo decir que el triunfo electoral sólo se ejerce en una capa superficial del sistema, ahora se trata de que la pulpa y el corazón del mismo se muevan en el mismo sentido de un cambio verdadero, que mire a los pobres y que garantice justicia con equidad.
Ya más adelante escribiré sobre educación y sobre lo que creo y deseo, lo que pasará en Jalisco en donde las cosas han cambiado pero, como decía Giuseppe Tomasi di Lampedusa en el Gatopardo: para que nada cambie o para que todo siga igual ¿o peor?, tarde que temprano lo veremos, o lo sufriremos.

*Doctora en educación y consultora independiente. andrearamirez1970@hotmail.com

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