De bulto

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Entre las estrategias para que aprendamos alguna habilidad, las ilustraciones han sido clave para darnos idea de qué objeto se trata y cómo se ha de manipular. Hemos visto en manuales de operación representaciones de los objetos a manipular, acompañados de instrucciones y otras imágenes como flechas, círculos, tablas con especificaciones técnicas. Esas representaciones en dos dimensiones se han utilizado y perfeccionado a lo largo de humanidad y una constate preocupación ha sido la de su permanencia. Que la imagen no sólo dure a lo largo de una exposición o curso de aprendizaje, sino que se pueda utilizar repetidamente con audiencias consecutivas. En edificios antiguos es frecuente encontrar ilustraciones religiosas o civiles pagadas por algún mecenas cuya imagen aparece también en algún rincón de la representación gráfica. Así, podemos ver a héroes y villanos de las escrituras sagradas de algún credo cívico o religioso, representados en el mismo cuadro que mecenas que vivieron décadas o siglos después.
Conocemos también múltiples representaciones tridimensionales de personajes y acontecimientos que determinados grupos consideran dignos de encargar a algún artesano y a su equipo de aprendices y colaboradores. Esas representaciones tienen un propósito pedagógico: en ellas se ven momentos de la historia en que se da ejemplo de valor moral, de amor por la patria o de algún otro principio que las nuevas generaciones han de conservar en su corazón y en su comportamiento cotidiano. Esas representaciones de bulto suelen incluir a los despreciables malhechores y a los héroes bienhechores. Las autoridades que encargan los conjuntos escultóricos, las estatuas de cuerpo completo o los bustos, casi siempre costeadas por aquellos a quienes se desea aleccionar, tienen bastante clara la narrativa a ensalzar.
Sin embargo, siempre habrá quienes interpreten a los santos como malandrines, y a los bribones como filántropos, quienes puedan agradecer a los contrincantes el erigir estatuas de infames personajes para no olvidar las afrentas recibidas. Y quienes tendrán la iniciativa de, paradójicamente, poner fin al constante ultraje en los espacios de enseñanza, sean públicos o íntimos, y destruir o mancillar las representaciones de los héroes de los bandos contrarios. Los ejemplos pululan: el derribamiento de las estatuas de Sadam Hussein en Bagdad, de Stalin y Lenin en Moscú, de las reinas Victoria e Isabel en Winnipeg, del expresidente Vicente Fox en Boca del Río, el pintarrajeo de la tumba y busto de Marx en Londres, por citar algunos. En fechas recientes, las protestas del movimiento “Black Lives Matter” han llamado la atención a las estatuas de esclavistas en diversos edificios públicos de Estados Unidos y algunas de ellas han sido retiradas. Una de ellas es la de Theodore Roosevelt a caballo junto a un indígena americano y un esclavo africano. Lo que ha desatado las protestas de otros grupos y personas que consideran que deben conservarse a la vista.
Las muchas representaciones de bulto de dioses, semidioses, santos, animales míticos, héroes/villanos como los emperadores romanos, Cristóbal Colón, George Washington, Benito Juárez, Karl Marx y siluetas despectivas o laudatorias de los enemigos de la fe religiosa o civil, ocupan espacios para la explicación. Para algunos son pasajes de la historia que muestran un definitivo triunfo de la razón humana, para otros un recuerdo de la maldad y las bajas pasiones a los que han descendido los supuestos líderes de una congregación, un pueblo, un barrio. En un sentido o en otro, el valor pedagógico de su interpretación sigue siendo innegable. Quedan ahí, en piedra, bronce o madera, las representaciones de lo que hemos sido y quisiéramos que se perpetuara o nunca más se repitiera.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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