De ballenas, memoria y días de asueto

 en Carlos García

Carlos M. García González*

El diccionario, fiel traidor-traductor no me explica de dónde viene la palabra asueto; me da sinónimos y definiciones circulares. No tuve mejor suerte con el significado etimológico donde se hace provenir la palabra del assuetus que implica acostumbrarse a un descanso o soler reposar algunas horas al día, como algo habitual.
Y esto hizo derivar mi pensamiento al famoso puente mexicano llamado Guadalupe Reyes, próximo a celebrarse como solemos en estas latitudes. Es fácil evocar este puente desde agosto cuando las tiendas departamentales que penetran la mexicana alegría del día de muertos con sus calabacitas naranja y sus murciélagos negros –entre navideños y nevados árboles– evocan las posadas y las vacaciones de fin de año con escuetos aguinaldos y desveladas en pleno verano. Hay algo dislocado.
Pero, si las largas jornadas se multiplican, el bajo salario desciende nuestra capacidad adquisitiva; mientras la presión de los jefecillos aumenta y la precarización laborar continúa, entiendo que se respire un tufillo de mexicana invención para un puente más próximo, al que denominaremos tentativamente: el puente Halloween-Candelaria. Mismo que se extenderá desde finales de este mes hasta el día de los tamales, éste será el siguiente asueto al que nos acostumbraremos muy rápidamente. Porque estos tiempos son de mayor velocidad, los días son más cortos y las semanas no rinden como antes.
Y sin embargo algo así como un residuo de algo disfuncional pasa por el rabillo del ojo, luego se escurre como una idea en el cerebro, y se olvida como una sensación que no encuentra sus palabras. Me refiero a esta experiencia de vivir en tiempos dislocados; en el que los otoños ya no son como antes. De ellos apenas queda la luz nacarada de sus tardes; la que permanece y evoca otra manera de vivir y de recordar lo vivido.
Sin otra metáfora a la cual acudir para conectar esta vivencia con los tiempos que corren, leo una nota sobre la bodega de ballenas en el Instituto Smithsoniano, ahí se encuentra una colección de osamentas de cetáceos (huesos de ballenas para los locales), de las cuales, dice su curador: “Hay algunas piezas de esta colección en los que tenemos algunos de los pocos ejemplares que se encuentran alrededor del mundo, y esos son los únicos ejemplares que alguna vez hayamos tenido ya que las especies se han extinguido”. Y entonces pensé en el asueto de este doce de octubre que es como una de estas osamentas que compartían el asueto con otras fechas de días feriados y puentes azarosos de las festividades nacionales a las que la estulticia mercantil convirtió en promociones de precopa y after. Tal vez este es día de asueto otoñal dislocado y ambiguo en el que no hay mucho que celebrar, a menos que aún estés colonizado por el “día de la hispanidad”, como muchos criollos locales lo están. O que el conflicto derivado del sangriento encuentro de dos mundos: el español y los mexicas de Tenochtitlán y Tlatelolco pueda ser homogeneizado y pasteurizado de la memoria con la procesión de La Generala.
Pienso entonces en esos huesos que corresponden a ballenas extintas, especies que surcaron y cantaron, se aparearon y sus crías siguieron cantando hasta que el Barco ballenero Ulises cazó a la última Ballena Franca del Sur, la número 3,665 de su cosecha en 1938 y de las cuales ya no veremos más. Pero que se conservarán sus huesos para que las generaciones por venir puedan escribir sobre este sentimiento otoñal que Leonard Cohen remarca con ayuda con su voz:

Están alineando a los presos
Y los guardias les están apuntando
Luché contra algunos demonios
Eran la clase media y la docilidad.
Yo no sabía que tenía permiso para asesinar y mutilar
¿Lo quieres más oscuro?
Apaga la vela.

*Profesor-investigador del Centro Universitario de Los Lagos de la UdeG. carlosmmanuel@gmail.com

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar