Cuentos de hadas

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

“Los hados, esos que ponen los escenarios, me indujeron a decidirme” a embarcar en un barco ballenero, declara Ishmael, el personaje de la novela Moby Dick que Herman Melville (1819-1891) publicara en 1851. Los hados y las hadas, esas fuerzas desconocidas que rigen las vidas de las personas sin que necesariamente intervenga la voluntad de los individuos, han sido también encargadas del papel de padrinazgo. Así, hay hadas madrinas y hados padrinos, que cumplen el papel de protección de ahijados y ahijadas con sus poderes mágicos. En las tradiciones mitológicas y literarias conocemos varias de estas personificaciones de los poderes sobrehumanos. Los poderes mágicos de estos compadres y comadres se utilizan para proteger a los ahijados de las eventualidades de la vida, desde las tentaciones de la carne y del lenguaje hasta de la pobreza, la enfermedad y las carencias materiales. Las hadas madrinas más conocidas son las de Cenicienta y la Bella Durmiente, aunque también aparece una en el cuento de Pinocho, de la que se burlan algunos comentaristas al señalar que su canción preferida es la de “miénteme” (de Armando Domínguez Borrás, 1921-1985). En algunas versiones de la Bella Durmiente se trata de cuatro hadas madrinas que entregan dones a Aurora en su fiesta de bautizo, aunque hay otras versiones con ocho o con trece de ellas, a las que suele añadirse una que, enojada por no haber sido invitada al festejo, la maldice con una muerte temprana. Una de las hadas madrinas logra atemperar la maldición con un siglo de sueño profundo. En una versión reciente, la madrina despechada vela el sueño de la durmiente y resulta que el beso de amor que la despertará no proviene de un príncipe sino de la misma captora. Una especie de síndrome de Estocolmo: te salvará de tu infortunio la magia de quien te tiene como rehén.
Los reyes magos, que reciben distintos nombres, según sea el idioma en el que se narra esa historia asociada al nacimiento de Jesús (otro semidiós de una mitología que todavía guía la vida de muchos contemporáneos), son otros padrinos que entregan regalos a la madre virgen y al padre putativo de esa encarnación divina. En Mateo 2,1 a 2,12, se narra esa historia de unos magos de oriente que llegan a Jerusalén a adorar al rey de los judíos y en donde pregunta en dónse se encuentra. Herodes los encamina a Belén, a donde son guiados por una estrella que se para sobre el lugar en donde estaba el niño. Aunque la tradición cristiana señala que se trata de tres magos, la narración de Mateo se limita a señalar que “de sus cofres sacaron regalos de oro, incienso y mirra”, sin decir el número de magos, ni asegurar que fueran reyes. Ese epíteto de “magos” que se aplicaba a los sacerdotes eruditos del antiguo oriente próximo, una amplia región que incluye Irak, parte de Irán y de Turquía, Siria, Líbano, Jordania, Arabia, Egipto, Palestina e Israel, ha dado lugar a confusiones en cuanto a su capacidad como hados propiciatorios y, en varias zonas geográficas, se estila entregar regalos a los niños en enero en vez de diciembre, pues estos regalos se asocian con los dones que entregan las personas que adquieren vínculos y compromisos de compadrazgo. Como las hadas madrinas de los cuentos sin tintes cristianos.
Todos hemos escuchado chistes y anécdotas en donde los compadres y las comadres cambian de parecer y deciden también asumir los papeles de padrastros y madrastras de sus ahijados. En los cuentos de hadas quienes asumen ese papel de tutores suelen ser considerados personas de malas entrañas que no prodigan el mismo cariño a la descendencia biológica que a la adoptiva. La relaciones de compadrazgo asumen que quienes son padrinos y madrinas asumirán una responsabilidad vicaria (es decir “que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye”) pero no suponen que tendrán poderes mágicos para realizar esa responsabilidad (o para tener esas “veces” que le tocaban a otra persona).
En todo caso, sea que la gente crea en los reyes magos, en los poderes de decisión de los hados, en las capacidades mágicas de sus madrinas y padrinos, esas narraciones suelen utilizarse para rematar con una moraleja. Algunas de las soluciones se asemejan a las apariciones de algún dios en las tragedias que baja al plano de la actividad humana a solucionar y apaciguar la gravedad del asunto (de ahí la expresión “Deus ex-machina”), mientras que otras nos hacen recordar que no invitar a la comadre tóxica puede traer peores consecuencias que aguantarla en la fiesta, y otras más nos hacen pensar que para eso existen madrinas y padrinos: para resolver los gastos del pastel, del vestido, del peinado, de la música y de un sinfín de detalles más. Por las condiciones en las que iniciamos el año 2022, habrá quien invocará a distintos padrinos y a distintas magias para resolver los problemas de las escuelas tras una prolongada crisis sanitaria. ¿A quién recurrir para que aporte el oro, el incienso y la mirra de las infraestructuras, tecnologías, energías, flujos, presupuestos y demás soluciones que se han postergado por los periodos de distancia física entre los involucrados? ¿Serán los niveles de gobierno o los mismos contribuyentes y padres de familia quienes resolverán las necesidades de los planteles y de los estudiantes? ¿A qué compadres y comadres, hadas y hados, podrá recurrir cada institución de enseñanza para cubrir los rezagos en la actividad académica que se han producido tras casi dos años de la maldición virulenta que nos ha tenido en un (relativo) aletargamiento?

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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