Cuando el juego se vuelve cosa seria

 en Alma Dzib Goodin

Alma Dzib Goodin*

Jugar, juego, juguete son palabras relacionadas con el placer. El cerebro humano disfruta jugando, pues en algún momento de su historia evolutiva aprendió que traveseando es posible abstraer cosas importantes y sentir que esos aprendizajes lo destacan de entre los demás.
Además se observa que los mamíferos dependen del juego para adaptarse a los ambientes, es el momento en que pueden equivocarse, pues al momento de enfrentarse a la realidad, deben tener todos los errores corregidos, o les cuesta la vida. Sin embargo, a pesar de la complejidad que es posible observar en otras especies, el ser humano lo ha llevado a ser un tema muy fantásticamente irreal para las escuelas.
Todo comienza probablemente antes de nacer, cuando el feto es capaz de encontrar sus dedos y moverlos, acción que llevará a sus primeros ejercicios después del nacimiento. Tomará con inocencia los elementos que tenga a su alrededor, ya sea una cobija, su ropa o sus dedos, para entretenerse, a cambio de un poco de placer, lo cual en retroalimentación, lo llevará a realizar dichas acciones, una y otra vez.
Si su espacio cultural lo permite, el bebé tendrá objetos especiales para manipular, mismos que se caracterizan por sus colores, formas y sonidos, diseñados especialmente para crear sensaciones placenteras que ha de compartir con los adultos a su alrededor, aunque en ocasiones esas interacciones se realizan con objetos simples como una piedra, un trozo de hilo, una caja vacía o una tuerca.
El tipo de artefactos y sus intenciones, dependen del entorno cultural, pero su impacto en el desarrollo son enormes, pues moldean mucho de la psique de los menores, ya que aprenden por ejemplo que las muñecas con vestiditos rosas son para las niñas, y que los autos de colores oscuros son para los niños. No hay mucho espacio para lo neutro, y con ello crecerán, aceptando que hay un margen entre los objetos que pueden y no manipular sin ser socialmente mal vistos.
Lo mismo sucede con los juegos, las niñas enseñarán a sus muñecas a ser bien portadas, pondrán mucho cuidado en que sus amigas de juego estén limpias y sin raspaduras, mientras que los niños estrellarán sus carritos y los harán pedazos, pues han de formarse para armar y desarmar, como parte de las muchas cosas que se espera de ellos en su vida adulta.
De ahí que el diseño de juguetes actuales busquen una interacción con el ambiente un poco menos rígida, orientada a la diversidad y dando prioridad a la diversión, más allá de los estándares sociales. La base estratégica del juego sigue ahí, pero se orienta a concepciones menos sexistas.
El juego, el juguete y los compañeros de juego, moldean las experiencias que han de usarse en la vida adulta o incluso en entornos inmediatos, igual que en otras especies, pero el placer que el cerebro desarrolla al interactuar, es particular en los humanos, nos volvemos adictos a ganar, queremos más recompensas en menos tiempo. Nos volvemos obsesivos, a punto tal que el juego se convierte en adicción.
Esto puede suceder en cualquier etapa de la vida, y las recompensas pueden ser económicas, o tan simples como ganar una vida virtual. Ser el mejor en algo es una sensación indescriptible, tan halagadora, que vamos a querer más y más. Moldeará las conductas y llevará al individuo a dejar el resto de lado, para ocuparse solo del juego. Hay quienes pierden fortunas, casa y familia solo por jugar.
Aprendimos a jugar antes de nacer, aprendimos lo que nos gusta y en lo que somos buenos, interactuando con elementos o conductas diseñados específicamente para entretener por un momento y hacernos olvidar por un momento. Cualquier cosa se convierte en un juguete, cualquier persona o animal puede ser un compañero de juego, y cualquier recompensa es bienvenida. El juego tiene bases evolutivas que no podemos dejar de lado, es por ello que incluso las mascotas son tan importantes, pues juegan con nosotros y ellos mismos se divierten, y quieren, al igual que los niños, hacer cosas una y otra, y otra vez, en un incansable ir y venir.
El juego es por tanto un tema muy serio que, sin embargo, se ha dejado de lado en las escuelas. Lo excluimos, lo empleamos como “estrategia lúdica”, y con esa simple idea, le quitamos la mitad de la diversión, pues su meta no es divertirse, sino aprender. Si el niño se ríe demasiado fuerte, o si no desea dejar de jugar, entonces el juego pierde su contribución educativa y se convierte en un relajo, en algo no digno de las escuelas.
El único espacio donde el juego es visto como parte importante del desarrollo infantil, son las ludotecas, pero debe aprenderse a verlas como espacios de aprendizaje, ajenas y alejadas de las escuelas. Donde los niños van a “jugar” y a relajarse, aunque en realidad, aprenden habilidades sociales, hábitos de limpieza, estrategias cognitivas y a encontrarse consigo mismos en un ambiente sin presiones, sin calificaciones y sin errores, pues el juego siempre invita a volver a intentarlo. Al fin y al cabo estamos jugando.
Ojalá que aprendamos al ver al juego como una actividad tan seria, que marca la vida de todos, de una u otra forma y moldea mucho de cómo somos y en quien nos convertimos.

*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. alma@almadzib.com

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