Crimen

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El crimen en México es una profesión que se erige bajo la relación codependiente de la impunidad y el desamparo.
El sentido común nos demuestra que los índices de delincuencia son más elevados en las sociedades con mayor miseria. La falta de oportunidades y la ambición por lo que otros tienen (aunque tengan poco), son el fermento de la ilegalidad.
Si todos tuvieran acceso a salarios altos y capacitación para ejercer una plaza que lo devengue, los esfuerzos de los ciudadanos se concentrarían en merecerlos y no en obtenerlos mediante la violencia.
Se trata de un problema de educación en el sentido tradicional y de ponderación de lo correcto y lo incorrecto. Los estereotipos difundidos por los medios masivos demuestran que el esfuerzo puede evitarse y los resultados exitosos, anticiparse.
El dinero es el parámetro de lo deseable. La acumulación de las cosas (coches, ropa, aparatos), su indicador.
Los delincuentes se apoderan de eso (coches, ropa y aparatos) y, los más voraces, del dinero para adquirir lo deseado.
En una sociedad patasarriba que no fomenta el respeto ni la perseverancia, poseer un Rólex es evidencia del triunfo. No la manera como éste se obtuvo.
La regeneración a la que se refiere el gobierno federal es una utopía. No por imposible, digna de plantearse. Como todas las utopías, se fundamenta en el ideal. Lo criticable estaría en el sistema para ejercerlo y la estadística para evaluar su eficacia.
Si el riesgo de contagio de muerte que la pandemia representa no es capaz de limitar el crimen, significa que las estrategias para frenarlo no han sido elaboradas de manera adecuada.
Como acto volitivo para no preferirlo, es potestad de la filosofía y la ética. Como temor a la consecuencia, su ineptitud radica en la incapacidad para aplicar el castigo.
La ley es persuasiva por esencia y la estructura judicial, el único órgano capaz de ejecutarlo en una sociedad civilizada. Si la policía es corruptible y los jueces no garantizan la justicia, purgar una culpa depende de la mala suerte. En nuestro país, también la suerte se compra.
Las promesas eternas de la religión postergan el premio de una buena conducta para un futuro indefinible. La corrupción, en cambio, ofrece beneficios inmediatos.
En los países asiáticos se ha frenado la delincuencia con penas atentatorias de la dignidad humana (cercenar las manos, las orejas, la nariz). En México, la ley no se aplica. Siempre existen vericuetos y violencia con que evitarla. O bien, se aplica mal. Por lo tanto, la inseguridad es un problema estructural cuyo origen está en el método, sus fundamentos del Bien y del Mal y la conciencia individual y colectiva de sus habitantes. Sobre todo, acordar por dónde empezar a solucionarla.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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