Contingencia excluyente

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

En un marco de prometedora vacuna (Inglaterra, Rusia, Estados Unidos, Brasil), declaraciones optimistas del Secretario de Relaciones Exteriores, de semáforo rojo para el estado de Jalisco en materia de pandemia y con el escenario del botón rojo para detener actividades económicas como posibilidad para detener el irrefrenable avance de contagios, el sufrimiento humano cada vez es más silencioso, generalizado, demandante.
Al derecho a la salud desigualmente distribuido, a las inequidades económicas ancestrales en las actividades productivas de la vida nacional, a la demanda sorprendente de uno de los partidos políticos al Dr. Gatell por omisión en el manejo de la pandemia y otras aguas turbias cocacoleras, se le agrega el factor del riesgo de distribución social en apariencia azaroso.
Todos los grupos sociales comparten el mismo riesgo ante la necesaria convivencia. En la convivencia social está la enfermedad pero también está la salud de todos.
A las variables edad, historia clínica, lugar de vivienda rural o urbana, se le agrega un factor a veces poco visible, el factor de las necesidades educativas y de salud especiales.
La pandemia les pega más fuerte a los grupos sociales más vulnerables. Tal es el caso de los adultos mayores pero también a las niñas, los niños y adolescentes que presentan alguna necesidad educativa especial.
Las condiciones de salud de los seres humanos con necesidades especiales, siempre tienen condiciones de salud precarias y se ven amenazadas ahora con este clima global de preocupación y vulnerabilidad; también, su estabilidad emocional siempre pende de un hilo muy frágil.
Los padres y las madres, todo amor con este perfil de educandos, no tienen las condiciones de formación para coadyuvar a la atención de sus demandas muy particulares; otra cara de la exclusión inconsciente es justo el trato desigual en el entorno familiar en razón de las capacidades y la autonomía o heteronomía de cada sujeto.
La pandemia ha reproducido la exclusión de los grupos en emergencia y ha acentuado las condiciones sociales de producción desigualmente distribuidas preexistentes.
Sobre el tema de la inclusión, no hay mucho avance real en los entornos escolares y familiares tampoco en los niveles de gobierno responsables de atender temas emergentes de carácter social como las personas en situación de calle.
Un poco más de cinco lustros de discurso sistemático y de políticas públicas internacionales no han sido suficientes para generar las condiciones institucionales que respondan a la diversidad de necesidades que tienen el grupo de niñas, niños y adolescentes con derecho a educación de calidad.
Formar educadores especializados siempre insuficientes, reestructurar los servicios en el contexto de la integración educativa y elaborar materiales educativos como el libro de texto en Braille o construir rampas de acceso para sillas de ruedas, son apenas tímidas líneas de acción cuyo impacto y pertinencia requieren ser revisados.
Las facultades de Psicología colapsadas intelectualmente y reprobadas en compromiso social, incluyendo los abundantes proyectos patito.
La educación especial en esta etapa de emergencia sanitaria vive una doble exclusión institucional. La creada organizativamente y sedimentada en su historia institucional y la que ahora empuja la pandemia con medios y habilidades digitales complicados para los sujetos especiales que aprenden con dificultades.
En la sociedad nuestra que funciona con estructuras que legitiman la desigualdad ahora se evidencian otras formas de rechazo implícito: la de todos los días en el hogar, la ya naturalizada en el escenario de la calle.
Para ilustrar un apunte de dos casos:

1. Richard es un niño con autismo de 12 años, incapaz de articular lenguaje, emite recurrentemente onomatopeyas medianamente interpretables para su madre y mucho menos legibles para su padre. Su stress, mientras se toma de las rejas de la puerta de su casa, para observar la vida de la calle, es evidente y se ha incrementado al estar privado de ir a la escuela de medio tiempo, a la que dejó de asistir como todos los educandos desde el mes de marzo de este año. El trapito que le da su madre para que haga limpieza nerviosa de lo que se encuentra al paso, está cada vez más activo. La recurrencia en el consumo nervioso de golosinas y bebidas gaseosas, evidencian su progresiva inestabilidad.
2. José Asunción, conocido en el barrio como El Rorro, es otro habitante de la ciudad de Guadalajara, es otra persona que presenta síndrome de Down. Silencioso, con sus ojos evasivos, el suele distraerse muchas horas del día sentado en la banqueta jugando con un equipo de monitos luchadores en la base de una cubeta y una lámina de cartón simulando un imaginario ring mientras van y vienen las personas en el trajín de todos los días. Jamás se ausenta más allá de la esquina y siempre bajo la vigilancia de su madre. Él es un asiduo consumidor de coca cola y es común verlo con un envase de esta bebida entre sus manos.
Los servicios religiosos más cercanos han perdido convocatoria por su prohibición. Los días jueves y domingos, el solía apoyar a su humilde madre, empujando un viejo diablito para acarrear la mesa desmontable donde comercializan fruta picada. El Rorro, ya no asiste tampoco a la escuela y mantenerlo tranquilo en casa es cada vez más difícil. Su línea de autoridad y comunicación es su madre y a ella se le escucha cada vez con más frecuencia, proferir gritos y regaños que expresan su desesperación.

La pandemia tiene otros rostros de exclusión además de los reiterados apuntes de distribución desigual de servicios de salud y de capacidad de resistir económicamente al costo excedente de desempleo o medios salarios que ha implicado la gestión empresarial y gubernamental de la pandemia.
Las personas con necesidades especiales de atención familiar, profesional y educativas sufren ahora doblemente. Sus ojos y manifestaciones guturales expresan en diversos lenguajes que no existe la normalidad a la que estaban acostumbrados.
La respuesta institucional para salvar el ciclo escolar recién concluido atendió al perfil de normalidad del educando deseable con las competencias fundamentales de lectura y escritura independiente; los alumnos con necesidades educativas especiales fueron invisibilizados y, a no ser por iniciativas de autogestión de algunos docentes, directivos y supervisores el problema se hubiera agudizado.
La mirada gubernamental y la asistencia social y escolar tienen que extender su mirada y construir estrategias emergentes de atención a los niños, niñas y adolescentes con necesidades educativas especiales.
Por ahora la pandemia y las instituciones dedicadas a ellos en este marco, no han reaccionado con la celeridad del caso y la dignidad humana que merecen cada uno de estos educandos.
¿O es que acaso nos quedamos nuevamente en el nivel discursivo sobre inclusión a pesar de haber dedicado licenciaturas, posgrados, horas de estudio en webinar y sendas actividades en las guías nacionales y estatales sobre el tema?

*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. zatarainr@hotmail.com

Comentarios
  • Patricia Arellano Zataráin

    Y agréguese el poco o nulo compromiso de los docentes a cargo cuando no quieren realizar ajustes razonables a las actividades, enviarlas al alumno y darles seguimiento.

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