Compras en pandemia

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Si el sustento de la estructura económica de los países alineados a Occidente es el consumismo, en las sociedades contemporáneas esta práctica ha tenido que replantearse, especialmente durante la pandemia. Ante la imposibilidad de la gente para asistir a los centros comerciales (el más logrado ardid arquitectónico para vaciar los bolsillos de los incautos), los comerciantes se han visto en la necesidad de adaptar sus estrategias para vender sus productos o declararse en quiebra. El acto de comprar obedece a impulsos sabiamente estimulados por los anunciantes. Andares está diseñado para comprar lo que no es urgente. La cocacola, los pañuelos desechables y los tenis se convirtieron en necesidades gracias a los publicistas y los intérpretes de las carencias emocionales de los compradores.
En las nuevas reglas del mercado, la alternativa más eficaz es la internet. Mediante mecanismos hábilmente erigidos, el comprador potencial tiene acceso virtual a lo que sea, como lo demuestra Mercado Libre: desde un alfiler hasta una casa. El límite es la capacidad crediticia y la certeza de una compra segura. Existen aplicaciones que garantizan la seguridad a cambio de comisiones módicas. Los intermediarios son quienes se benefician con lo que se produce y lo que se desea.
Los paseos familiares por las plazas comerciales evolucionan a cibernautas ensimismados que enfocan su interés en lo que las redes sociales exhiben. Los “influencers” reciben patrocinios exorbitantes de los fabricantes de ropa, de artículos electrónicos, de diseñadores de interiores que seducen a los mirones.
Circulan por la red catálogos especializados en cualquier cosa y estrategias para enganchar hasta el que no cuenta con los recursos suficientes. El crédito semeja lo que alguna vez fueron los abonos facilitos, las letras cobrables en la comodidad del hogar. Todo se basa en la promesa de pagar y la persistencia de quien lo recauda. Casi nadie tiene treinta mil pesos para comprar un teléfono inteligente pero sí treinta meses para pagar mil más el financiamiento que a veces duplica el valor original de los productos adquiridos.
Cuando la depresión resulta un estimulante oportuno para comprar, la pandemia es un caldo propicio de cultivo para las pretensiones y los apetitos. “Lo necesito y me lo merezco”. Todos queremos una computadora más rápida, unos audífonos que faciliten la recepción durante las sesiones de “Zoom” o un cuadro de los Beatles que remate la imagen que proyectamos a los otros.
La ansiedad del encierro confunde las ganas indefinidas con la necesidad infundada. Basta la canción precisa, el color más llamativo o la ociosidad mejor dirigida para embarcarse.
Las compras en pandemia ofrecen catarsis. Y culpa.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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