Compasión y perdón

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hay quien afirma que, en los casos en que no es posible la venganza, lo siguiente mejor es recurrir al perdón. En algunos pleitos en la escuela primaria y secundaria hay quienes sentencian: “cuando hay sangre no hay perdón”. Lo que quizá nos hará pensar que la alternativa es la venganza al más puro estilo del ojo por ojo, aunque (por fortuna) en la escuela los pleitos se inclinan más a lesiones que conllevan el cobrarse “diente por diente”. Más de una vez, en nuestros años escolares como estudiantes y luego como docentes, hemos visto ojos morados y algunas bocas o narices sangrantes como consecuencia de algunos moquetes entre participantes que, minutos, semanas o años más tarde, narran que el intercambio de moquetes, patadas, puñetazos fue sólo “un pleito de cuates”. O de rivales académicos, de amores, o deportivos.
Cuando las agresiones no han sido dirigidas hacia nosotros, a veces albergamos todavía unas airadas ganas de vengar lo sucedido a quienes recibieron las lesiones, injurias o traiciones. Con afanes de revancha o sin ellos, nos inclinamos también a un impulso a remediar o evitar el sufrimiento ajeno. Así, ante el padecimiento de otras personas, solemos com-padecer su dolor y mostramos empáticos ante un dolor que sufrimos en carne ajena pero en nuestro propio ánimo.
En la tradición cristiana suele citarse el pasaje del rey que perdona sus deudas a uno de sus súbditos (Mateo 18, 21-25, en Ángelus del Papa Francisco del 13 de septiembre de 2020: https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2020/documents/papa-francesco_angelus_20200913.html); súbdito que después se muestra impaciente y carente de compasión con otra persona de la que él es acreedor. El rey se entera y le reclama. ¿Cómo es posible que no perdone tan poco, después de haber sido perdonado tanto?
En este campo semántico de la compasión solemos incluir otros valores y actitudes como la ya mencionada empatía (que puede dirigirse tanto a la persona ofendida como a quien se intenta comprender en las ansiedades que le han llevado a la ira y a la ofensa en contra de otras personas). Quienes proponen explícitamente la pedagogía de la compasión y del perdón (por ejemplo: https://repositorio.comillas.edu/rest/bitstreams/152106/retrieve) señalan que es necesaria no sólo la paciencia y la empatía, sino también la templanza. Como recordarán los iniciados en las tradiciones cristianas, la templanza es una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la prudencia, la fortaleza y la justicia. Entre las múltiples definiciones de esta virtud (o habilidad, si la consideramos parte de la comunicación asertiva) se encuentra la capacidad de actuar con precaución y con moderación.
Tanto en la vida de las relaciones sociales como en las relaciones políticas o en las relaciones pedagógicas, a veces nos olvidamos de ser empáticos y de compadecer a las demás personas. En parte porque no nos enteramos de sus sufrimientos y cuitas, en parte porque la escuela ni se considera el contexto adecuado para saber de las vidas ajenas, en parte porque, si llegamos a enterarnos, no solemos tener la preparación para enfrentar los sufrimientos de los demás. Hay quienes señalan que, incluso en las profesiones en que existe alguna capacitación para el cuidado de otras personas, los sufrimientos ajenos puedes ser tan desgastantes que quienes profesan esos cuidados llegan a “quemarse” de agotamiento emocional (lo que deriva en el llamado síndrome del “burn-out”). De ahí que en nuestras escuelas, centradas más en los aprendizajes académicos y menos en las habilidades afectivas, no se haga suficiente énfasis en el control de las propias emociones y en la necesidad de aprender la compasión y el perdón. Para quienes promueven la enseñanza del perdón (aquí: https://repositorio.comillas.edu/rest/bitstreams/152106/retrieve) es importante resaltar sus beneficios: disminución de la depresión, ansiedad y estrés; además de un aumento en optimismo y esperanza. Para algunos, perdonar “es un regalo que uno se hace a sí mismo, ya que permite dejar atrás el resentimiento, la amargura y la rabia consecuencia de la ofensa (…) también es un regalo que se ofrece al otro, porque posibilita su redención”.
La enseñanza del perdón y de la compasión no son muy frecuentes en las sociedades y en las escuelas individualistas en las que se promueve más la competencia que la cooperación entre los aprendices y enseñantes. La lógica de los premios individuales de las rivalidades académicas y de los programas de competencia entre profesores para ganar determinados estímulos pecuniarios o simbólicos, se aleja de la llamada “ética de la compasión”. En la relación con los otros (por ejemplo, respecto a los migrantes: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/9eee10c6-b357-46ea-bdfc-6f8dc13de984/la-empatia-no-existe-se-construye-a-proposito-de-los-migrantes-que-no-vemos?fbclid=IwAR3rVnrhJ0lA2CwYB0beL7cSTSHFToT_EMRXN4qKmmmf24TJ65KV7Q1_Z1k) es importante identificar nuestros sentimientos: ¿me caes bien? ¿Hay algo de tí que me repele? ¿Hay algo que envidio y por ello quiero vengarme de la ofensa que significa para mí que tengas lo que yo considero privilegios o condiciones de las que me siento merecedor?
En distintos niveles escolares hemos podido observar cómo los estudiantes establecen rivalidades encarnizadas que excluyen la posibilidad de enterarse de los esfuerzos de los demás por conservarse en la escuela, por estudiar y por aplicar lo aprendido. También vemos, además de las rivalidades entre docentes, que algunos docentes pretenden vengar en los estudiantes los maltratos de los que fueron objeto en sus años de escuela. El razonamiento y el sentimiento que subyace podría expresarse como: “si yo sufrí en la escuela con mis profesoras y profesores, ahora que estoy en ese rol, he de hacer que los estudiantes también sufran”. Parecería que las ofensas que nos infligieron nuestros maestros hubieran sido sanguinarias y por ello no podríamos perdonar a los estudiantes que llegan a nuestros cursos. Ante las angustias sufridas en su formación, algunos docentes consideran que es su tarea producir similares o peores angustias en los estudiantes a los que, de alguna manera envidian por su tenacidad y facilidad para aprender.
La vertiente de la “ética de la compasión” (por ejemplo, la propuesta por Pedro Ortega Ruiz: https://revistadepedagogia.org/wp-content/uploads/2016/04/La-ética-de-la-compasión-en-la-pedagog%C3%ADa-1.pdf) y la muy cercana “ética cosmopolita” (propuesta, entre otras autoras, por Adela Cortina en su libro que lleva por subtítulo “una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia”, 2021) proponen que los individuos, las familias y las organizaciones, como las escuelas, tomen conciencia de la alteridad). Cortina señala que el verdadero camino del corazón humano es “diseñar una ética desde la cordura, desde el sentido de la justicia prudente y lúcido, desde la indeclinable aspiración a la libertad y desde la compasión”. Para Ortega Ruiz, educar implica responsabilidad, resistir al mal y a la injusticia. Para él, “en una relación educativa no hay lugar para la abstracción que cierra los ojos a la singularidad de cada ser humano, a la circunstancia que le condiciona”. Además de ser memoria y testimonio, la educación es, según este autor implica sensibilidad, generosidad y esperanza.
En su libro The Fix, How Nations Survive and Thrive in a. World in Decline (2016), Jonathan Tepperman incluye un capítulo en el que analiza el proceso explícito de reconciliación tras las matanzas de 1994 en Rwanda. ¿Cómo perdonar a quien ha asesinado a nuestros seres queridos? ¿Cómo perdonar la explotación y la discriminación? En ese terrible pasaje de la historia humana, miembros de la mayoría Hutu intentaron exterminar a la minoría Tutsi. Tepperman señala que el líder que tomó en sus manos el proceso de reconciliación, al comienzo del siglo XXI, hubo de reconocer que lo óptimo debe, en muchas ocasiones, dejar el lugar para lo aceptable, sin dar todo a unos pocos sino algo a cada quien.
Como bien ilustra Alanna Brown en su película ÁRBOLES DE PAZ (2022; en Netflix) a través de las perspectivas de cuatro mujeres que se refugian en un reducido sótano durante las matanzas de Rwanda, la capacidad de compasión puede suscitarse incluso en esas terribles circunstancias y, como lo ilustran los procesos de reconciliación de años después, el perdón puede ir incluso en contra de los deseos de venganza (en los perpetradores o en personas de su grupo familiar o étnico).
La ética del perdón y la pedagogía de la compasión podrían ayudarnos a situar los “imperdonables” huecos en nuestros aprendizajes en un contexto de mayor empatía y solidaridad, más allá de la competencia individualista y las rivalidades escolares. Como señala Mercedes Muñoz Repiso (2010: https://www.redalyc.org/pdf/551/55114080014.pdf), desde la compasión apasionada “sólo una persona apasionada, comprometida con su trabajo, inconformista, deseosa de mejorar la sociedad, amante de sus alumnos y de la materia que enseña, está en condiciones de educar verdaderamente”. La vocación docente requiere de pasión y, aunque a veces no lo reconozcamos, de altas dosis de compasión.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Maestra Alicia Elortegui Castell.

    Excelente reflexión acerca de la compasión y perdón. Sin embargo sería bueno profundizar más en el perdón y el recuerdo. El recuerdo es lo que lástima. Puedes perdonar pero el recuerdo atormenta hasta el día de tu partida después de la muerte. La vida sin compasión no podría seguir existiendo.

  • Extraordinaria Reflexión, estimado Doctor, es evidente que una de las debilidades de la enseñanza actual vive en una crisis de valores y de competencias complementarias en la formación de futuros profesionales en donde la compasión, y el perdón en su vida personal, dará mucho conflicto a su desarrollo social, y en lo profesional el amor a lo que hacemos cada día es más escaso y la remuneración en lo económico es priorízala, como éxito. Por otro lado nuestra ineficiente Formación Docente ,específica y competente así como pedagógica y metodológica no favorece al desarrollo de cómpetencias más humanas y de sensibilidad que obvio en la formación no favorece un equilibrio, esperemos que estos múltiples factores den un golpe al arado de la formación, y que consolide junto con todo esto la calidad, el amor, la compasión, el respeto, la disciplina, desde la base de una sociedad más humana y responsable como lo es la familia. Saludos con muchos deseos en el alma para el futuro cierto de la compleja sociedad humana .

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