Cocinas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Hasta hace algunos años, la verdadera historia familiar ocurría adentro de la cocina. En ese lugar se llevaban a cabo las conversaciones más sentidas: la hija le confesaba a la madre que estaba embarazada, el padre anunciaba que tenía cáncer o la abuela les decía a todos que su madre se había ido con el carnicero. Se narraban las anécdotas más identificatorias de cada miembro (la costumbre de alguno de derramar el agua, la aversión del otro hacia los mariscos) y se celebraban las ocasiones más memorables: el compromiso matrimonial de la tía, el cumpleaños del abuelo, la declaración homosexual del hijo menor…
Eran épocas en que las cocinas admitían mesa para ocho y las familias se reconocían a sí mismas como una tribu en contra de la adversidad.
Con la píldora anticonceptiva y los salarios de miseria, las familias se han reducido y los matrimonios multiplicado. No resulta raro que a los 50 se acumulen dos divorcios y una aventura de alto riesgo. Las familias contemporáneas encuentran su lugar en el mundo mediante un “ícono” presuntamente original para un grupo de Whatsapp. Uber Eats permite la diversidad alimentaria y la disipación conversacional. La gente está más cerca del amigo en Australia que del hermano que duerme en la cama contigua.
Si las cocinas alguna vez fueron fogata para los tiempos de frío y oasis en mayo, hoy no son más que alacenas del tedio y receptáculo de licuadoras individuales para preparar elíxires de alto contenido proteínico.
Permitían tortillas calientes y guisos de manufactura exhaustiva. Todas las familias tenían un platillo típico y una manera para deglutirlo. Se turnaban aniversarios y navidades, bautizos y defunciones con la naturalidad de una noche, de una cena, de un eructo justificado.
Hoy se podrían vender casas sin cocina y una suscripción anual para un restaurante vegano en el piso once de una torre de apartamentos con gimnasio común.
Las familias que no comen juntas no comparten una cosmovisión, un asco, una manía gastronómica. Son una jauría de solos que dividen en partes iguales el costo de la servidumbre y el predial. Vacacionan en temporadas y lugares distintos, duermen a deshoras y comen, por lo regular, en la calle. Ni siquiera tienen el mismo apellido ni la conciencia de la soledad.
Las abuelas de antes encontraron su vocación detrás de un delantal; las de ahora, perdidas en un centro comercial. Ninguna ganó más que en identidad: ser (y carecer) para los demás.
Las cocinas fueron una trinchera contra el tránsito de las cosas. Remanso en el tiempo. A pesar de todo, hogar. Olor a gas (antes leña) y frijoles con epazote, tortillas quemadas, café. Hoy son plástico y ausencia, ultramodernidad. Cultura de comida rápida y conversaciones pospuestas, las familias contemporáneas no requieren un sitio en casa; su lugar común es el iCloud.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar