Ciudadanía y cotos de poder

 en Carlos Arturo

Carlos Arturo Espadas Interián*

Nuestra historia está plagada de vacíos organizativos con repuntes donde la organización resultó prioritaria para el Estado, es decir, se organizaba desde la lógica del Estado y para sus fines. Al igual dentro de los grupos religiosos, la organización responde a los intereses de grupo.
Los ciudadanos aprendieron a ser organizados por otros, desde afuera y con recursos que les llegaban por medio de partidas específicas destinadas desde las estructuras del poder, siempre y cuando contribuyeran a los objetivos para los cuales habían sido organizados.
Los ciudadanos aprendieron a vivir sirviendo a directrices que podían o no corresponder con los intereses ciudadanos. Lo importante era no generar dinámicas adversas para la jerarquía organizadora y promotora de esas estructuras.
Contrasta la historia de las organizaciones ciudadanas que iniciaron, al menos en el siglo XIX y que se mantienen aún en nuestros días. Podemos pensar que hoy, las organizaciones ciudadanas han recuperado los objetivos ciudadanos para organizarse y trabajar en beneficio de la comunidad y de nuestra nación, sin embargo, además del Estado y grupos religiosos, existen financiamientos supranacionales que escapan a las estructuras no únicamente de nuestro país, sino también de muchos países y que responden a intereses específicos que se promueven con grandes cantidades de recursos de todo tipo, respaldados desde una estructura de soporte intelectual, comunicacional y demás.
Algunos de ellos, que no todos, responden, por ejemplo, a una diversidad de acciones que se han agrupado bajo la llamada: “nueva izquierda” y que poseen elementos ideológicos que pretenden desestructurar los valores soporte de culturas como la nuestra y de la mayoría del continente americano. Aprovechan las injusticias e inconformidades para apuntalar luchas que llevan a lugares poco claros para la mayoría de quienes participan en ellas.
Se tienen también organizaciones dedicadas a evadir impuestos de grandes grupos corporativistas que bajo la bandera de responsabilidad social arman fundaciones y asociaciones que de inmediato impactan en deducción de impuestos. También existen aquellas que están ligadas con capitales no muy limpios y que requieren ser integrados a la dinámica financiera de las naciones.
Lo anterior deja a un grupo muy pequeño, reducido de organizaciones ciudadanas auténticas, cuyo objetivo es el trabajo por el bien común como fin último.
Toda esta información es del dominio público. Este pequeño artículo de opinión no pretende desentrañar esas estructuras, sino considerarlas como los marcos referenciales que existen en nuestro país para entender por qué, al interior de nuestras escuelas, sobre todo de sostenimiento oficial, se presentan dinámicas minadas que desvirtúan las estructuras de soporte de la ciudadanía y la vida pública.
Al interior de nuestras escuelas se organiza a los estudiantes y profesores en acciones cuyo sentido les construimos, pero que pocas veces responden a un sentido generado por quienes forman esos grupos, es decir, el objetivo puede ser eminentemente social, ese no es el problema, la cuestión radica en la forma en la que se genera la organización y la dinámica.
Podemos dar cuenta de ello cuando vemos que, al finalizar un programa promovido por la Secretaría de Educación, ya sea estatal o federal, todo lo generado desaparece, aunque los resultados sean buenos, desaparece; aunque profesores y estudiantes estuvieran trabajando en ello, al final más tarde o más temprano: desaparecen.
Se acaban los permisos, financiamientos, espacios, empuje y respaldo. Y para variar, se procede ahora al nuevo programa en turno promovido por las estructuras. Esos programas no educan a nadie, son simulaciones de formación ciudadana que se realizan únicamente para llenar informes y reportes que posibilitan decir que en este Centro Escolar se está trabajando.
Tenemos miedo a la organización profesoral y estudiantil auténtica. El reclamo de la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba, Argentina, sigue pendiente, pendiente en una estructura que permita al estudiantado participar realmente en la organización y administración universitaria.
Ha pasado más de un siglo y contando. ¿Cuál es el temor que tenemos? La participación ciudadana se forma, fortalece y diversifica a partir de la organización real que permitan o debieran permitir las instituciones.
Hemos aprendido a callar y a jugar con las estructuras que nos someten y manejan a gusto y conveniencia. También lo hacemos por intereses “personales”, por migajas o quizá no tan solo migajas, depende el lugar que ocupemos en la institución y el lugar que ocupe la institución en la estructura de poder.
Pensemos algo: cuando una estructura es “artificial”, organizada desde afuera, a la primera de cambios desaparece. Puede darse el caso, raro, pero sucede, que quienes la integran se apropien de ella y perdure a pesar de las condiciones, sin embargo, cuando una estructura se construye por la toma de conciencia y motivación de los ciudadanos, la historia es otra: difícil es erradicarla.
El poder se comparte y al compartirlo se fortalece, porque no será suficiente eliminar a quien lo detenta para eliminarlo. Se tendrían que eliminar a todos los ciudadanos para poder erradicar una estructura que funcione y se organice por cada uno de ellos. Sin embargo, eso es algo que no se ha entendido y a lo que en muchos países se le tiene miedo. Nuestras escuelas no son la excepción.
¿Qué tipo de escuela queremos?

*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. cespadas1812@gmail.com

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