Carnestolendas

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

El término expresa la intención de alejarnos de la carne, como metáfora de dedicarnos a actividades más sosegadas que las asociadas con la reproducción de la especie y la satisfacción de la tripa. En la tradición cristiana se expresa con tres días previos a la cuaresma y, en especial, en el martes de carnaval. De algún modo, es una manera de decir que si piensas pecar, aproveches para hacerlo en el poco tiempo que queda antes de dedicarte a la meditación. En nuestro contexto de mexicanismos, el término “recogimiento”, aunque correcto, no sería el más adecuado, dado que podría interpretarse como reiteración de otras actividades carnales.
En días recientes se anunció un reforzamiento de las medidas de aislamiento social que estuvieron a punto de coincidir con las fechas de conmemoración del jueves de “acción de gracias” y del “viernes negro” que le sigue. Esas medidas sanitarias para reducir las posibilidades de contagio de COVID-19 se anunciaron con días u horas de anticipación. En algunos puntos de la geografía mundial se redujo el horario de funcionamiento de los establecimientos comerciales y de acceso al transporte y los espacios públicos. Lo que implicó que las personas tuvieran que concentrar sus actividades en menos tiempo y, paradójicamente, generar muchedumbres para realizar sus compras de último momento o para transportarse de un punto a otro de sus ciudades.
El término de viernes negro, que en nuestro país se tradujo como “el buen fin” se originó en la gran cantidad de personas que abarrotaban las calles al anunciarse el inicio de las compras, con supuestos precios reducidos, de la época navideña en Estados Unidos. En esas épocas es habitual que se amplíen los horarios de funcionamiento de los establecimientos comerciales y del transporte público. La consecuencia combinada o en secuencia de estas medidas sanitarias y de la oferta de buena parte del inventario será el aumento en la cantidad de personas que tendrán un “buen fin” de sus vidas y no únicamente un fin de semana de compras desaforadas (que se ha prolongado en algunos establecimientos por un mes entero).
Parecería que nuestras capacidades de aprendizaje se ven desafiadas por nuestras capacidades de dedicarnos a los placeres. Antes de las cuaresmas o antes de las cuarentenas (que este año ya se han multiplicado por el muy bíblico número “siete”) aprovechamos los últimos momentos para disfrutar algo de lo que, suponemos, ya no habrá en mucho tiempo. Anunciar que habrá cierres en unos cuantos días equivale a ofrecer un tiempo que habrá que aprovechar, al igual que hacen las tiendas cuando ofrecen en venta objetos cuyos precios (creemos) ya se van a acabar. Trevor Noah, en la televisión estadounidense, comparó las fiestas de último minuto antes de acatar el encierro, con las orgiásticas fiestas de despedida de la soltería en las noches previas a la boda. Como terminarán las expresiones sexo-afectivas fuera del matrimonio y las multitudes ya deben acabarse (dicen las prescripciones, no siempre obedecidas), démosles “buen fin” con un buen vuelo final a la hilacha.
En todo caso, parece que estamos aprendiendo a interpretar literalmente aquellas respuestas de nuestras progenitoras cuando pedíamos permiso, nos lo negaban y, ante nuestra insistencia, simplemente replicaban: “pues haz lo que te dé la gana”. Como, por ejemplo, irse a cantar y bailar a las calles y a las tiendas, muy sonrientes y cariñosos: “Para aquellos que viven pecando. Para aquellos que nos maltratan. Para aquellos que nos contagian. Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, es mas bello vivir cantando”.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Cati

    Muy buena analogía con el carnaval.

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